miércoles, 27 de enero de 2010

†Fuoco† PART 2 FINAL

Una semana, seis días y cuatro horas.

-“Supongo puedo dejarte entonces.”-

-“¡No te atrevas!”-

Dos semanas, cuatro días, y veintitrés horas.

-“No”

-“¿Quién va a detenerme?”-

Tres semanas, dos días, y quince horas.

“¡Maldito bastardo! ¡Por Dios!”-

Basta.

¿Qué me ha llevado a hacer estas cosas?
Me prometí que no pensaría más en ello. O en él.

Mentiroso.

No es mentira.
Nunca he sido bueno manteniendo mis promesas, simplemente. Y aunque aún no he descubierto qué me llevó a visitar el hospital (sentarme, hora tras hora a calcular lo que iba a hacer, las formas de escape, lo que podía salir mal, tantas cosas, tantas cosas mientras lo observaba en silencio), soy consciente de que lo mismo es lo que dirige mis pies nuevamente hacia aquella dimensión.
No me molesto en tratar de ocultar mi energía. ¿Para qué? Ya está despierto, y aunque la bajase a un nivel normal, la notaría. No tengo deseos de esconderme. Quiero que me halle él mismo. Quiero que él salga a mi encuentro, con los ojos azules encendidos de furia y los puños a los lados y la energía espiritual al tope, incinerando el terreno a pesar de que, para mí, no es más que una ligera brisa.
Quizás lo que estoy buscando es una excusa. Pero, tampoco busco que me odie.

“Cierra la boca.”-

¿Continúa mi olor en su piel?
Aquél pensamiento acelera mis pasos y, momentáneamente, me doy asco. Sin embargo no dura mucho, nunca lo hace. El único que puede juzgarme soy yo mismo, y aún así, es posible que lo haga en menor medida de lo que debería. Sin embargo, eso está bien para mí. No podría hacer lo que hago de otra forma.
Así que cuando mis hermanos me preguntan a dónde voy sin ocultar mi aura, no respondo. De todas maneras, estoy seguro de que ya lo saben—ya han sentido su esencia en mi piel y han sido testigos de las distintivas marcas de sus dientes en mi hombro. La herida en mi boca, las cicatrices en la espalda.
El por qué he dejado que se curen naturalmente me es un misterio, puesto que bien podría haberme sanado en cuestión de unos segundos. Sin embargo, ellos no han preguntado, y por lo tanto tampoco he tenido que responderme a mí mismo. Lo cual, admitidamente, me resulta un alivio. No soy una persona que se cuestione con frecuencia.
Y así, sin más, mi destino es Alsatia. Aunque la ciudad misma no sea mi destino en sí.


Cuando llego, él no está allí. Las calles están desiertas, y, por algún motivo, esto me irrita. Creo que he llegado demasiado temprano, aunque había calculado que a estas horas, cuando el sol se oculta en el horizonte, él se encontraría aquí.
Siempre me ha molestado que las cosas no salgan como lo he planeado. Sin embargo, aquella noche tampoco había salido de la manera que tenía pensado que saliera.
Supongo que ese hombre tiene el peculiar y dudoso talento de sacarme de foco aún cuando no se encuentra cerca. Por momentos, me decido a detestarlo, y mi boca se llena de un gusto amargo al cual no estoy acostumbrado. ¿No le llaman decepción a esta sensación?
No tiene importancia.

No soy una persona paciente. No le esperaré. Volveré, quizás, en otro momento, si aquello que aún no he podido descifrar vuelve a poseerme una vez más y me obliga a volver para buscarle.
Cuando me doy media vuelta para dirigirme una vez más a mi hogar, un aura dolorosamente conocida llama a la mía, quizás inconscientemente, y una voz (ésa voz) se alza, alcanzando mis oídos con una claridad casi trágica.

“Tú”-

“Tú.”-

Deliberadamente, volteo hacia él, con una lentitud que sé, va a irritarle, por más que el malestar sea mínimo y pasajero. Parece que funciona, y esto me anima por unos segundos, aunque no dura demasiado.

Su cuerpo, alto y esbelto y ligeramente falto de masa muscular por los días enteros en reposo temblaba bajo el suyo—si de ira o de impotencia, no supo decirlo. Pero no era miedo, eso era seguro; se lo decían las manos masculinas y que en algún momento habían sido fuertes posadas con toda la firmeza de la que eran capaces en sus hombros, manteniéndolo a distancia de su rostro.

Ignoro los recuerdos, o al menos trato, y sé que es inútil, pero está bien. La sobria expresión en su rostro se interrumpe por unos momentos cuando mis ojos se posan en los suyos, y me doy cuenta que él tiene el mismo problema. Sus manos se cierran en puños y su postura se tensa y sus mejillas se tiñen de rojo, y su respiración se acelera, aunque él no lo nota.

Tuvo que interrumpirse, puesto que Mankian ahora presionaba besos a su mejilla y frente, y su mano en su miembro aceleraba, también, el ritmo en que lo estimulaba. Ahogó un gemido.

Por un ínfimo momento, deseo besar sus mejillas. Pero, no. Nunca me ha gustado manejar mis asuntos al público, y, si bien sé que no hay nadie en la calle, alguien podría ver y aquello le quita algo de atractivo a la situación. Aunque en sí, la situación misma no tiene (o no debería tener) nada de atractiva.

“¿Qué haces aquí?”- me pregunta. Creo que no sé qué responderle, pero su tono me molesta. Suena enojado, aunque no comprendo bien por qué. Después de todo, él mismo terminó aceptando. Podría ser, entonces, que eso sea lo que más le molesta.
Me tomo mi tiempo para responder. Aprovecho el tenso silencio, y, lentamente, analizo su apariencia—está exactamente igual que siempre; el cabello limpio, el traje impecable. Pero algo me llama la atención: su cuello está vendado por debajo de la camisa, y sus muñecas permanecen ocultas bajo la espesa tela de su abrigo.
La idea me hace sonreír, aunque sea, mentalmente. Él tampoco se ha curado. Claro está, las marcas que le dejé yo han sido mucho más duraderas que las que él me ha dejado a mi.
No interesa. Ésta pequeña pieza de información es para ser usada después. No soy lo suficientemente crédulo como para pensar que él no ha tenido la oportunidad de sanarse a sí mismo transcurridas las últimas tres semanas.
Y él tampoco. Sin embargo, estoy seguro de que no esperaba verme tan pronto después del hecho.
Sinceramente, creo que yo no me había esperado que aquella necesidad se presentara nuevamente. Ni tan pronto, ni nunca.

“Es un mundo libre,”- respondo, finalmente, y creo que mi respuesta lo desconcierta. No sabe cómo argumentar, y tampoco espero que lo haga, por lo que me doy vuelta y empiezo, tranquilamente, a caminar hacia Goro. Puede alcanzarme allí, y sé que lo hará. Si algo he aprendido de Hades, es que le gusta terminar los asuntos fácil y eficientemente. Espera terminar con todo esto (conmigo) lo más pronto posible. Espera que, después de confrontarme con lo de aquella noche, ambos podamos mantenernos ignorantes uno de la existencia del otro.
Pero eso no va a suceder, porque no pienso permitírselo.
Creo que sigo buscando excusas.

“¿No vas a responderle?”-

“Estás de broma,”-

La caminata hacia el bosque no dura mucho, y transcurre en silencio, aunque su aura se agita, irradiando una extraña mezcla entre furia y vergüenza, a mis espaldas. El sol está lanzando sus últimos rayos.

Lo observó bajo las últimas luces del sol, que morían ahora en el cielo, cómo iluminaban tenuemente la piel blanca, muy blanca, marcada apenas por algunas cicatrices.

Él camina detrás de mí y no habla, y yo nunca he buscado conversación, por lo cual, cuando nos adentramos entre los árboles, todo sigue en una quietud absoluta, quizás exceptuando a los animales que habitan en Goro.

El sol terminó de ocultarse en el horizonte en el mismo momento en que se atrevió, muy lentamente, a posar sus dedos sobre las marcas de su pecho, recorriéndolas sin más que con las puntas de sus dedos.

Volteo hacia él, y miro una vez más cómo las últimas luces de la tarde golpean contra su rostro, escurriéndose, ésta vez, por la cortina de ramas y hojas del bosque, para luego morir cuando el sol desaparece a la distancia sobre su piel, y tengo la sensación de que la única fuente de luz que queda en éste lugar son sus ojos, fríos y azules, pero vivos.
No quiero recordar, pero lo hago.

Hades se arqueó ligeramente bajo su tacto y un gruñido (que envió un suave, casi imperceptible temblor a través de su cuerpo e hizo que su aliento se estremeciera) dejó sus labios resecos, sus dedos finalmente aflojando el agarre sobre las sábanas.

“Quiero,”- dice, finalmente, y su voz sale ligeramente ronca. Incómoda. Esto me fastidia.- “Poner todo aquello en el pasado.”-

Presiono el puño.

“No es mi culpa,”- replico, con mi tono más neutral,- “Que tú pienses tanto en ello. Han pasado tres semanas, después de todo,”- y ladeo el rostro, buscando irritarlo,-“Ahora, dime. ¿Qué son esas heridas en tus muñecas?”-

Ah, ahí está. La expresión furibunda que me llama tanto la atención. Ahora es él quien presiona los puños y sus ojos me observan llenos de ira contenida.

“Eres un bastardo de primera,”- contesta, con falsa tranquilidad, y su voz no es más que un susurro sibilante.-“No puedo sanarme a mí mismo. ¿Crees que quiero que otros vean esas heridas?”

“¿Y por qué no? No creo que a tu esposa le importe.”-

“Cierra la boca.”-

“Cierra la boca.”-

“Creo que ésta vez no.”-sonrío con malicia. Me agrada lastimarlo, porque sirve para ocultar mi propia frustración. Aunque no sé por qué estoy frustrado. Quizás sea ese sentimiento, aquella molestia que se ha hecho presente apenas mencioné a su esposa. Quizás la molestia realmente haya aparecido una vez que comprendí por qué me rechazaba con tanto ímpetu.- “Después de todo, en ésta ocasión no tienes cómo hacerme callar.”-

“¡Silencio!”- y su aura estalla a su alrededor; y golpea contra mi, pero no me importa. No soy lo suficientemente arrogante como para creerme invulnerable, y admito que quema mi piel ligeramente, y hasta tal vez, duele. Pero la expresión de cólera en su rostro ensombrecido es demasiado atrayente, y el aquél fulgor en sus ojos, acepto me agrada más que su usual calma. Y soy yo quien provoca esto, no su esposa, no algún otro individuo. Y eso hace que todo esto valga la pena, aunque, aún así, no sé el por qué. Sí, egoístamente, su exclusiva atención hacia mi persona me llena de satisfacción.
Pero comprendo que esto puede salir mal si dejo que continúe por este camino, y pretendo detenerlo. Así que, en menos de un segundo, respondo el favor simplemente expandiendo mi propia energía, sólo lo suficiente como para hacerlo retroceder, e impactar contra el árbol más cercano.
Su cuerpo se estampa al tronco del árbol con un sonido seco y sordo, y un gruñido deja su boca.
No quiero dejarlo reaccionar más. Y así, ya me encuentro sobre él, y mi boca busca la suya y, muy para mi sorpresa, no encuentro resistencia alguna. Duda, sí, pero no resistencia y sólo unos momentos después de que mis labios encuentran los suyos, sus manos se posan en mi nuca y me atraen hacia él, y sus propios labios hayan los míos, y soy recibido de buena gana por su lengua.

Extinguió sus gemidos con sus besos mientras sus manos se posaban en sus muslos, alzándolo de la cama casi agresivamente, acelerando el ritmo, y su lengua se aventuró por el mentón de Hades hacia su oído, antes de que sus dientes tomaran el lóbulo y jalaran de éste, lo cual provocó un escalofrío en el otro hombre.

“Juega con fuego y te vas a quemar”, dice el refrán. Voy a incinerarme y no me importa en lo más mínimo, porque sus manos ahora exploran mi espalda y su boca destroza mi cuello a dentelladas y sus caderas se hunden en las mías, y sus ojos brillan, no, refulgen en la oscuridad del bosque con la misma fuerza o más que en el hospital y sus mejillas están encendidas, y su calor me sofoca pero sigue sin importarme.

Mientras ladeaba el rostro y atrapaba sus labios, mordiéndolos con ímpetu y luego lamiendo las ligeras marcas que dejaba, presionando su pecho al de él y cerrando las piernas en torno a su cintura, impulsándolo contra él.

Tampoco me importa cuando caemos al suelo, y mis manos por un momento se confunden con las de él mientras ambos jalamos de nuestras ropas, tironeando, rasgando, arrancando, realmente no interesa mientras se llegue a lo que hay debajo y, cuando mi pecho desnudo impacta contra el suyo, me olvido de respirar.
Finalmente, mi espalda conecta contra el tronco de un árbol y lo guío, con poco o nada de esfuerzo, hacia mi regazo. No tengo que decirle qué hacer, y en un instante está sobre mí, y siento mi sexo entrando en él y sus manos colocándose a cada lado de mi rostro, contra el árbol, para ayudarle a mantener el equilibrio.
Siento deseos de tocarlo, pero me abstengo. Observo su rostro y memorizo la expresión de deseo, dolor y placer que lo domina, y siento su cuerpo tensarse contra el mío al tiempo que entro en él. No puedo continuar mirándolo por mucho tiempo, pues mi cabeza se hace hacia atrás, y, nuevamente, mi respiración comienza a agitarse. No puedo evitar gruñir, quizás su nombre, y su boca se apega a mi oído, murmurando el mío como una plegaria en aquella voz ronca y profunda, y mis manos se aferran a sus caderas, guiando sus movimientos lentamente mientras un delicioso escalofrío recorre mi espalda.
No lo dejo elegir el ritmo, puesto que, pronto, necesito más. De él, quizás, o tal vez necesito liberar la tensión que paulatinamente empieza a reunirse en la base de mi abdomen, o, puede ser, la forma en que mi cabeza está dando vueltas, realmente no tiene importancia, sólo sé que quiero acelerar la cadencia y, por lo tanto, lo tomo de la cintura y, sin separarme de él, lo estampo al árbol.
Gruñe fuertemente, pero no parece molestarle. En cambio, se arquea contra mí, y sus dedos se hunden en mi cintura dolorosamente, y sus labios buscan, una vez más, los míos con más agresividad de lo que lo había creído capaz.

“Mankian,”-lo escucho jadear, y su voz no es más que un suspiro que envía un tremor por todo mi cuerpo mientras sus piernas me atraen con más brusquedad hacia él, y mis caderas se hunden en las suyas sin salida.

Pero no dura mucho más, puesto que su cuerpo se presiona contra el mío una última vez, y sus músculos se tensan mientras su forma se agita bajo los efectos del clímax y mi cuerpo, como en respuesta, reacciona enseguida y un escalofrío me recorre y un grito se arranca de mi garganta.

Sin más, mordió el hombro de Mankian para contener un grito, al mismo tiempo que Mankian hundía sus dedos en su espalda y lo asía a él, sus dientes encontrando el cuello del hombre y cerrándose alrededor de una porción de piel, mordiendo hasta extraer sangre, mordiendo hasta dejar una marca al tiempo que ambos temblaban.

Por unos momentos no puedo ver, y me cuesta mantenerme sobre él sin colapsar, pero no lo hago. Siento su boca contra mi mejilla y luego mi oído, y su respiración contra mi piel.

Silencio, una vez más.

“Debo irme.”- y sus manos se posan en mi pecho y empujan. Pero no me muevo. En cambio, me presiono contra él, sin salir de los cálidos confines de su sexo. Y su negativa me altera, y envía hielo líquido por mis venas.

“¿Cuál es tu excusa ahora?”- siseo. Ya no tengo deseos ni energías de ocultar mi furia, mi frustración.

“Excusa,”-repite, y sus ojos se clavan en los míos nuevamente con frialdad, aunque su cuerpo responde al mío, y siento los latidos de su corazón acelerarse contra mi pecho. De ira, de deseo, o por su repentino semblante nervioso, no lo sabía.- “Sabes que estoy casado. Esto no debió haber pasado.”-

“¿Entonces por qué lo dejaste pasar? Hipócrita.”- Debería matarlo. Realmente debería. No tiene que recordarme que está casado. No tiene que recordarme que me había seguido para olvidar todo lo que había sucedido aquella noche en el hospital. No tenía que decir todo lo que está diciendo, y que yo sé perfectamente pero decido ignorar.

“¿Ahora yo soy el hipócrita?”- protesta, y su aliento golpea mi rostro. Puedo sentir su temperamento levantándose, una vez más. -“Como si me hubieras dejado ir así como así, ¿a quién tratas de engañar? ¿Por qué no me dices, mejor, por qué no me dejas tranquilo?”-

Mi boca se abre para responder, pero mi voz no coopera y queda atrapada en mi garganta. Tiene razón. En parte, e inconscientemente mis dedos se cierran en torno a su cuello. Si lo mato ahora, todo desaparecería. Sólo tomaría algo de presión y…
Pero él no se mueve y, en cambio, me mira a los ojos, aún cuando siento sus latidos acelerarse bajo las yemas de mis dedos. Pero no de miedo. Nunca de miedo; pues sus ojos no mienten y, si bien no sé cómo calificar lo que se muestra en ellos, puedo asegurar que no es terror.
Creo que me odia. Dos pueden jugar ese juego.
¿Verdad?

¡Mankian!-

¿Verdad?

Hago, sin embargo, lo más racional, y me separo de él, y mi piel se enfría inmediatamente tras dejar el calor de la suya. Pero él no dice nada ésta vez, y aparta su mirada. No lo tolero.
Sin apresurarme, recojo mis ropas del suelo, aún mirándolo, y doy la vuelta.
No hay más que decir, supongo. De todas formas, nunca he sido bueno para las palabras. Y algo me dice, que ya se ha dicho suficiente.
Dejo lo que no necesito, como mis brazales, en el suelo. Deseo marcharme lo más pronto posible, y tengo la sensación de que el también quiere que lo haga. Así que, sin prisa, pero sin pausa, me encamino a través del bosque hacia mi dimensión, con los puños apretados y el orgullo en alto.
No puedo responderle.

Cuando me doy vuelta, no lo veo mirándome. En cambio, presiona uno de los brazales que dejé contra su pecho.
Antes de desaparecer, me pregunto por qué duele tanto sentir.


-Fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario