miércoles, 27 de enero de 2010

†Fuoco† PART 2 FINAL

Una semana, seis días y cuatro horas.

-“Supongo puedo dejarte entonces.”-

-“¡No te atrevas!”-

Dos semanas, cuatro días, y veintitrés horas.

-“No”

-“¿Quién va a detenerme?”-

Tres semanas, dos días, y quince horas.

“¡Maldito bastardo! ¡Por Dios!”-

Basta.

¿Qué me ha llevado a hacer estas cosas?
Me prometí que no pensaría más en ello. O en él.

Mentiroso.

No es mentira.
Nunca he sido bueno manteniendo mis promesas, simplemente. Y aunque aún no he descubierto qué me llevó a visitar el hospital (sentarme, hora tras hora a calcular lo que iba a hacer, las formas de escape, lo que podía salir mal, tantas cosas, tantas cosas mientras lo observaba en silencio), soy consciente de que lo mismo es lo que dirige mis pies nuevamente hacia aquella dimensión.
No me molesto en tratar de ocultar mi energía. ¿Para qué? Ya está despierto, y aunque la bajase a un nivel normal, la notaría. No tengo deseos de esconderme. Quiero que me halle él mismo. Quiero que él salga a mi encuentro, con los ojos azules encendidos de furia y los puños a los lados y la energía espiritual al tope, incinerando el terreno a pesar de que, para mí, no es más que una ligera brisa.
Quizás lo que estoy buscando es una excusa. Pero, tampoco busco que me odie.

“Cierra la boca.”-

¿Continúa mi olor en su piel?
Aquél pensamiento acelera mis pasos y, momentáneamente, me doy asco. Sin embargo no dura mucho, nunca lo hace. El único que puede juzgarme soy yo mismo, y aún así, es posible que lo haga en menor medida de lo que debería. Sin embargo, eso está bien para mí. No podría hacer lo que hago de otra forma.
Así que cuando mis hermanos me preguntan a dónde voy sin ocultar mi aura, no respondo. De todas maneras, estoy seguro de que ya lo saben—ya han sentido su esencia en mi piel y han sido testigos de las distintivas marcas de sus dientes en mi hombro. La herida en mi boca, las cicatrices en la espalda.
El por qué he dejado que se curen naturalmente me es un misterio, puesto que bien podría haberme sanado en cuestión de unos segundos. Sin embargo, ellos no han preguntado, y por lo tanto tampoco he tenido que responderme a mí mismo. Lo cual, admitidamente, me resulta un alivio. No soy una persona que se cuestione con frecuencia.
Y así, sin más, mi destino es Alsatia. Aunque la ciudad misma no sea mi destino en sí.


Cuando llego, él no está allí. Las calles están desiertas, y, por algún motivo, esto me irrita. Creo que he llegado demasiado temprano, aunque había calculado que a estas horas, cuando el sol se oculta en el horizonte, él se encontraría aquí.
Siempre me ha molestado que las cosas no salgan como lo he planeado. Sin embargo, aquella noche tampoco había salido de la manera que tenía pensado que saliera.
Supongo que ese hombre tiene el peculiar y dudoso talento de sacarme de foco aún cuando no se encuentra cerca. Por momentos, me decido a detestarlo, y mi boca se llena de un gusto amargo al cual no estoy acostumbrado. ¿No le llaman decepción a esta sensación?
No tiene importancia.

No soy una persona paciente. No le esperaré. Volveré, quizás, en otro momento, si aquello que aún no he podido descifrar vuelve a poseerme una vez más y me obliga a volver para buscarle.
Cuando me doy media vuelta para dirigirme una vez más a mi hogar, un aura dolorosamente conocida llama a la mía, quizás inconscientemente, y una voz (ésa voz) se alza, alcanzando mis oídos con una claridad casi trágica.

“Tú”-

“Tú.”-

Deliberadamente, volteo hacia él, con una lentitud que sé, va a irritarle, por más que el malestar sea mínimo y pasajero. Parece que funciona, y esto me anima por unos segundos, aunque no dura demasiado.

Su cuerpo, alto y esbelto y ligeramente falto de masa muscular por los días enteros en reposo temblaba bajo el suyo—si de ira o de impotencia, no supo decirlo. Pero no era miedo, eso era seguro; se lo decían las manos masculinas y que en algún momento habían sido fuertes posadas con toda la firmeza de la que eran capaces en sus hombros, manteniéndolo a distancia de su rostro.

Ignoro los recuerdos, o al menos trato, y sé que es inútil, pero está bien. La sobria expresión en su rostro se interrumpe por unos momentos cuando mis ojos se posan en los suyos, y me doy cuenta que él tiene el mismo problema. Sus manos se cierran en puños y su postura se tensa y sus mejillas se tiñen de rojo, y su respiración se acelera, aunque él no lo nota.

Tuvo que interrumpirse, puesto que Mankian ahora presionaba besos a su mejilla y frente, y su mano en su miembro aceleraba, también, el ritmo en que lo estimulaba. Ahogó un gemido.

Por un ínfimo momento, deseo besar sus mejillas. Pero, no. Nunca me ha gustado manejar mis asuntos al público, y, si bien sé que no hay nadie en la calle, alguien podría ver y aquello le quita algo de atractivo a la situación. Aunque en sí, la situación misma no tiene (o no debería tener) nada de atractiva.

“¿Qué haces aquí?”- me pregunta. Creo que no sé qué responderle, pero su tono me molesta. Suena enojado, aunque no comprendo bien por qué. Después de todo, él mismo terminó aceptando. Podría ser, entonces, que eso sea lo que más le molesta.
Me tomo mi tiempo para responder. Aprovecho el tenso silencio, y, lentamente, analizo su apariencia—está exactamente igual que siempre; el cabello limpio, el traje impecable. Pero algo me llama la atención: su cuello está vendado por debajo de la camisa, y sus muñecas permanecen ocultas bajo la espesa tela de su abrigo.
La idea me hace sonreír, aunque sea, mentalmente. Él tampoco se ha curado. Claro está, las marcas que le dejé yo han sido mucho más duraderas que las que él me ha dejado a mi.
No interesa. Ésta pequeña pieza de información es para ser usada después. No soy lo suficientemente crédulo como para pensar que él no ha tenido la oportunidad de sanarse a sí mismo transcurridas las últimas tres semanas.
Y él tampoco. Sin embargo, estoy seguro de que no esperaba verme tan pronto después del hecho.
Sinceramente, creo que yo no me había esperado que aquella necesidad se presentara nuevamente. Ni tan pronto, ni nunca.

“Es un mundo libre,”- respondo, finalmente, y creo que mi respuesta lo desconcierta. No sabe cómo argumentar, y tampoco espero que lo haga, por lo que me doy vuelta y empiezo, tranquilamente, a caminar hacia Goro. Puede alcanzarme allí, y sé que lo hará. Si algo he aprendido de Hades, es que le gusta terminar los asuntos fácil y eficientemente. Espera terminar con todo esto (conmigo) lo más pronto posible. Espera que, después de confrontarme con lo de aquella noche, ambos podamos mantenernos ignorantes uno de la existencia del otro.
Pero eso no va a suceder, porque no pienso permitírselo.
Creo que sigo buscando excusas.

“¿No vas a responderle?”-

“Estás de broma,”-

La caminata hacia el bosque no dura mucho, y transcurre en silencio, aunque su aura se agita, irradiando una extraña mezcla entre furia y vergüenza, a mis espaldas. El sol está lanzando sus últimos rayos.

Lo observó bajo las últimas luces del sol, que morían ahora en el cielo, cómo iluminaban tenuemente la piel blanca, muy blanca, marcada apenas por algunas cicatrices.

Él camina detrás de mí y no habla, y yo nunca he buscado conversación, por lo cual, cuando nos adentramos entre los árboles, todo sigue en una quietud absoluta, quizás exceptuando a los animales que habitan en Goro.

El sol terminó de ocultarse en el horizonte en el mismo momento en que se atrevió, muy lentamente, a posar sus dedos sobre las marcas de su pecho, recorriéndolas sin más que con las puntas de sus dedos.

Volteo hacia él, y miro una vez más cómo las últimas luces de la tarde golpean contra su rostro, escurriéndose, ésta vez, por la cortina de ramas y hojas del bosque, para luego morir cuando el sol desaparece a la distancia sobre su piel, y tengo la sensación de que la única fuente de luz que queda en éste lugar son sus ojos, fríos y azules, pero vivos.
No quiero recordar, pero lo hago.

Hades se arqueó ligeramente bajo su tacto y un gruñido (que envió un suave, casi imperceptible temblor a través de su cuerpo e hizo que su aliento se estremeciera) dejó sus labios resecos, sus dedos finalmente aflojando el agarre sobre las sábanas.

“Quiero,”- dice, finalmente, y su voz sale ligeramente ronca. Incómoda. Esto me fastidia.- “Poner todo aquello en el pasado.”-

Presiono el puño.

“No es mi culpa,”- replico, con mi tono más neutral,- “Que tú pienses tanto en ello. Han pasado tres semanas, después de todo,”- y ladeo el rostro, buscando irritarlo,-“Ahora, dime. ¿Qué son esas heridas en tus muñecas?”-

Ah, ahí está. La expresión furibunda que me llama tanto la atención. Ahora es él quien presiona los puños y sus ojos me observan llenos de ira contenida.

“Eres un bastardo de primera,”- contesta, con falsa tranquilidad, y su voz no es más que un susurro sibilante.-“No puedo sanarme a mí mismo. ¿Crees que quiero que otros vean esas heridas?”

“¿Y por qué no? No creo que a tu esposa le importe.”-

“Cierra la boca.”-

“Cierra la boca.”-

“Creo que ésta vez no.”-sonrío con malicia. Me agrada lastimarlo, porque sirve para ocultar mi propia frustración. Aunque no sé por qué estoy frustrado. Quizás sea ese sentimiento, aquella molestia que se ha hecho presente apenas mencioné a su esposa. Quizás la molestia realmente haya aparecido una vez que comprendí por qué me rechazaba con tanto ímpetu.- “Después de todo, en ésta ocasión no tienes cómo hacerme callar.”-

“¡Silencio!”- y su aura estalla a su alrededor; y golpea contra mi, pero no me importa. No soy lo suficientemente arrogante como para creerme invulnerable, y admito que quema mi piel ligeramente, y hasta tal vez, duele. Pero la expresión de cólera en su rostro ensombrecido es demasiado atrayente, y el aquél fulgor en sus ojos, acepto me agrada más que su usual calma. Y soy yo quien provoca esto, no su esposa, no algún otro individuo. Y eso hace que todo esto valga la pena, aunque, aún así, no sé el por qué. Sí, egoístamente, su exclusiva atención hacia mi persona me llena de satisfacción.
Pero comprendo que esto puede salir mal si dejo que continúe por este camino, y pretendo detenerlo. Así que, en menos de un segundo, respondo el favor simplemente expandiendo mi propia energía, sólo lo suficiente como para hacerlo retroceder, e impactar contra el árbol más cercano.
Su cuerpo se estampa al tronco del árbol con un sonido seco y sordo, y un gruñido deja su boca.
No quiero dejarlo reaccionar más. Y así, ya me encuentro sobre él, y mi boca busca la suya y, muy para mi sorpresa, no encuentro resistencia alguna. Duda, sí, pero no resistencia y sólo unos momentos después de que mis labios encuentran los suyos, sus manos se posan en mi nuca y me atraen hacia él, y sus propios labios hayan los míos, y soy recibido de buena gana por su lengua.

Extinguió sus gemidos con sus besos mientras sus manos se posaban en sus muslos, alzándolo de la cama casi agresivamente, acelerando el ritmo, y su lengua se aventuró por el mentón de Hades hacia su oído, antes de que sus dientes tomaran el lóbulo y jalaran de éste, lo cual provocó un escalofrío en el otro hombre.

“Juega con fuego y te vas a quemar”, dice el refrán. Voy a incinerarme y no me importa en lo más mínimo, porque sus manos ahora exploran mi espalda y su boca destroza mi cuello a dentelladas y sus caderas se hunden en las mías, y sus ojos brillan, no, refulgen en la oscuridad del bosque con la misma fuerza o más que en el hospital y sus mejillas están encendidas, y su calor me sofoca pero sigue sin importarme.

Mientras ladeaba el rostro y atrapaba sus labios, mordiéndolos con ímpetu y luego lamiendo las ligeras marcas que dejaba, presionando su pecho al de él y cerrando las piernas en torno a su cintura, impulsándolo contra él.

Tampoco me importa cuando caemos al suelo, y mis manos por un momento se confunden con las de él mientras ambos jalamos de nuestras ropas, tironeando, rasgando, arrancando, realmente no interesa mientras se llegue a lo que hay debajo y, cuando mi pecho desnudo impacta contra el suyo, me olvido de respirar.
Finalmente, mi espalda conecta contra el tronco de un árbol y lo guío, con poco o nada de esfuerzo, hacia mi regazo. No tengo que decirle qué hacer, y en un instante está sobre mí, y siento mi sexo entrando en él y sus manos colocándose a cada lado de mi rostro, contra el árbol, para ayudarle a mantener el equilibrio.
Siento deseos de tocarlo, pero me abstengo. Observo su rostro y memorizo la expresión de deseo, dolor y placer que lo domina, y siento su cuerpo tensarse contra el mío al tiempo que entro en él. No puedo continuar mirándolo por mucho tiempo, pues mi cabeza se hace hacia atrás, y, nuevamente, mi respiración comienza a agitarse. No puedo evitar gruñir, quizás su nombre, y su boca se apega a mi oído, murmurando el mío como una plegaria en aquella voz ronca y profunda, y mis manos se aferran a sus caderas, guiando sus movimientos lentamente mientras un delicioso escalofrío recorre mi espalda.
No lo dejo elegir el ritmo, puesto que, pronto, necesito más. De él, quizás, o tal vez necesito liberar la tensión que paulatinamente empieza a reunirse en la base de mi abdomen, o, puede ser, la forma en que mi cabeza está dando vueltas, realmente no tiene importancia, sólo sé que quiero acelerar la cadencia y, por lo tanto, lo tomo de la cintura y, sin separarme de él, lo estampo al árbol.
Gruñe fuertemente, pero no parece molestarle. En cambio, se arquea contra mí, y sus dedos se hunden en mi cintura dolorosamente, y sus labios buscan, una vez más, los míos con más agresividad de lo que lo había creído capaz.

“Mankian,”-lo escucho jadear, y su voz no es más que un suspiro que envía un tremor por todo mi cuerpo mientras sus piernas me atraen con más brusquedad hacia él, y mis caderas se hunden en las suyas sin salida.

Pero no dura mucho más, puesto que su cuerpo se presiona contra el mío una última vez, y sus músculos se tensan mientras su forma se agita bajo los efectos del clímax y mi cuerpo, como en respuesta, reacciona enseguida y un escalofrío me recorre y un grito se arranca de mi garganta.

Sin más, mordió el hombro de Mankian para contener un grito, al mismo tiempo que Mankian hundía sus dedos en su espalda y lo asía a él, sus dientes encontrando el cuello del hombre y cerrándose alrededor de una porción de piel, mordiendo hasta extraer sangre, mordiendo hasta dejar una marca al tiempo que ambos temblaban.

Por unos momentos no puedo ver, y me cuesta mantenerme sobre él sin colapsar, pero no lo hago. Siento su boca contra mi mejilla y luego mi oído, y su respiración contra mi piel.

Silencio, una vez más.

“Debo irme.”- y sus manos se posan en mi pecho y empujan. Pero no me muevo. En cambio, me presiono contra él, sin salir de los cálidos confines de su sexo. Y su negativa me altera, y envía hielo líquido por mis venas.

“¿Cuál es tu excusa ahora?”- siseo. Ya no tengo deseos ni energías de ocultar mi furia, mi frustración.

“Excusa,”-repite, y sus ojos se clavan en los míos nuevamente con frialdad, aunque su cuerpo responde al mío, y siento los latidos de su corazón acelerarse contra mi pecho. De ira, de deseo, o por su repentino semblante nervioso, no lo sabía.- “Sabes que estoy casado. Esto no debió haber pasado.”-

“¿Entonces por qué lo dejaste pasar? Hipócrita.”- Debería matarlo. Realmente debería. No tiene que recordarme que está casado. No tiene que recordarme que me había seguido para olvidar todo lo que había sucedido aquella noche en el hospital. No tenía que decir todo lo que está diciendo, y que yo sé perfectamente pero decido ignorar.

“¿Ahora yo soy el hipócrita?”- protesta, y su aliento golpea mi rostro. Puedo sentir su temperamento levantándose, una vez más. -“Como si me hubieras dejado ir así como así, ¿a quién tratas de engañar? ¿Por qué no me dices, mejor, por qué no me dejas tranquilo?”-

Mi boca se abre para responder, pero mi voz no coopera y queda atrapada en mi garganta. Tiene razón. En parte, e inconscientemente mis dedos se cierran en torno a su cuello. Si lo mato ahora, todo desaparecería. Sólo tomaría algo de presión y…
Pero él no se mueve y, en cambio, me mira a los ojos, aún cuando siento sus latidos acelerarse bajo las yemas de mis dedos. Pero no de miedo. Nunca de miedo; pues sus ojos no mienten y, si bien no sé cómo calificar lo que se muestra en ellos, puedo asegurar que no es terror.
Creo que me odia. Dos pueden jugar ese juego.
¿Verdad?

¡Mankian!-

¿Verdad?

Hago, sin embargo, lo más racional, y me separo de él, y mi piel se enfría inmediatamente tras dejar el calor de la suya. Pero él no dice nada ésta vez, y aparta su mirada. No lo tolero.
Sin apresurarme, recojo mis ropas del suelo, aún mirándolo, y doy la vuelta.
No hay más que decir, supongo. De todas formas, nunca he sido bueno para las palabras. Y algo me dice, que ya se ha dicho suficiente.
Dejo lo que no necesito, como mis brazales, en el suelo. Deseo marcharme lo más pronto posible, y tengo la sensación de que el también quiere que lo haga. Así que, sin prisa, pero sin pausa, me encamino a través del bosque hacia mi dimensión, con los puños apretados y el orgullo en alto.
No puedo responderle.

Cuando me doy vuelta, no lo veo mirándome. En cambio, presiona uno de los brazales que dejé contra su pecho.
Antes de desaparecer, me pregunto por qué duele tanto sentir.


-Fin.

†Fuoco† PART 1

Tres días. Tres largos días, pensó, mientras observaba, impaciente, por la ventana de la pequeña habitación del hospital.
De alguna manera, había logrado suprimir todo rastro de su energía espiritual, por lo cual, como tenía planeado, nadie en específico dirigió su atención hacia él. Después de todo, en este lugar en particular de Alsatia, la gran mayoría de la población eran civiles—excepto algún que otro paciente que se hallaba hospitalizado. Pero hasta aquellos, como al que había ido a ver especialmente, se hallaban en coma o demasiado débiles como para notar el ligero cambio en el ambiente.
En el horizonte; el sol se ocultaba lentamente, y Mankian se esforzó por disfrutar la ligera brisa que entraba, suave y cálida, por la ventana abierta, agitando las cortinas delicadamente, filtrando la luz de los últimos instantes de la tarde dentro del cuarto que quedaría, en como mucho, media hora, a oscuras.
Faltaba poco. Sentía la energía espiritual del hombre agitándose y buscando la suya, quizá como sostén, empujándolo a la conciencia, poco a poco. Pero no podía ayudarle, aún no. Si alzaba su propia energía, alguien se daría cuenta, y no podría concluir sus asuntos en paz.
Dando la espalda a la ventana, se dirigió a paso seguro hacia la puerta principal, usando la traba de mano en ésta para sellar la habitación. Las enfermeras no se darían cuenta, puesto que aún, calculó, faltaban tres horas para el último chequeo de la noche, y ya había terminado el horario de visitas.
Qué era, pensó, lo que le había traído aquí. No podía afirmarlo, porque sinceramente no lo sabía. Se había hecho la misma pregunta cientos de veces mientras, todas las tardes durante los últimos tres días, se sentaba en silencio en el parque del hospital, analizando horarios, rutas de escape, y conteniendo, quizá, las casi irrefrenables ganas de verlo.

“Estoy orgulloso”-

Y lo estaba. Sin embargo… esa no era la razón. Podía sentirlo. No era, tampoco, aquello que lo había llevado a, esa fatídica noche, besar a Integra.
No era nada, y sin embargo, lo era todo.
Volteó hacia la sencilla cama; donde Hades, pálido y con la respiración agitada, luchaba en silencio para recuperar la conciencia—la frente bañada en sudor, el pecho subiendo y bajando rítmicamente mientras sus manos se cerraban en puños en las impolutas sábanas blancas que contrastaban con su cabello negro; los labios partidos y presionando los dientes, la cabeza echada hacia atrás. Los músculos tensos.
Como atraído por el dolor, se acercó, encuclillándose al lado de la cama, aún sin atreverse a tocarlo. Lo observó bajo las últimas luces del sol, que morían ahora en el cielo, cómo iluminaban tenuemente la piel blanca, muy blanca, marcada apenas por algunas cicatrices. Quizá las únicas—aquellas que él mismo había provocado hacía no más de tres días, aquella noche.
El sol terminó de ocultarse en el horizonte en el mismo momento en que se atrevió, muy lentamente, a posar sus dedos sobre las marcas de su pecho, recorriéndolas sin más que con las puntas de sus dedos.
Hades se arqueó ligeramente bajo su tacto y un gruñido (que envió un suave, casi imperceptible temblor a través de su cuerpo e hizo que su aliento se agitara) dejó sus labios resecos, sus dedos finalmente aflojando el agarre sobre las sábanas.
Las manos de Mankian dejaron las cicatrices del pecho y, pausadamente, encontraron su camino hacia sus hombros, y luego su cuello, subiendo en una caricia extrañamente paciente hasta su rostro. Las yemas de sus dedos pasaron entonces por los ásperos labios del hombre, y los abrieron, muy lentamente, imperturbados por la resequedad enfermiza de la piel. ¿Serían más suaves si estuviera en mejor estado de salud? Probablemente. Si tan solo pudiera traspasarle algo de energía espiritual, quizás…
Pero no. Era demasiado riesgoso—y aunque su paciencia estuviera, lentamente, desapareciendo, no había razón para desperdiciar una oportunidad tan única.
Tomó con cuidado los bordes de las sábanas que lo cubrían, pero, mientras comenzaba a deslizarlas a un lado, mantuvo sus ojos en el rostro de Hades, quien jadeaba fuertemente. Sintió su aliento contra su rostro, y el repentino temblor de su cuerpo cuando la tela cayó, inútil, al suelo.
Mankian ladeó el rostro, y, mientras su mano se posaba en el abdomen del otro y la otra le tomaba de los cabellos, posó sus labios, cálidos, sobre los fríos de Hades. Un escalofrío pasó por su columna y sus ojos se cerraron, quizá instintivamente, mientras sus dedos se asían con fuerza al cabello del hombre, su lengua forzando su boca a abrirse y a acogerlo al tiempo que se inclinaba sobre él, sus rodillas presionando contra sus lados, su pecho casi empujando contra el suyo.
Se sorprendió cuando los labios del otro hombre comenzaron a moverse contra los suyos y una mano fría, débil, tomó su mejilla, atrayéndolo hacia el cuerpo con delicadeza. La otra mano apareció, entonces, en su nuca, jalándolo pacientemente contra él y, finalmente, Mankian pudo apreciar la desnudez total de Hades bajo su cuerpo; la carne firme y tensa bajo la suya. Aún no había abierto los ojos, y se preguntó en quién estaría pensando mientras profundizaba el beso, recorriendo su lengua con la suya y ausentemente mordiendo sus labios, tirando de estos casi dolorosamente mientras sofocaba los ligeros gemidos del otro hombre.
Se dijo que no le importaba. No tenía razones para importarle. Había ido allí por una razón en particular, y no se iría por una pequeñez semejante.
Mentalmente, calculó la hora. Aún quedaba mucho tiempo, comprobó satisfecho y, con un movimiento rápido, recorrió su espalda con sus manos, haciendo que se arqueara contra él, y sofocó con un beso casi brutal, otro gruñido, respirando su aliento al tiempo que hundía sus caderas (aún incómodamente enfundadas en sus pantalones) contra las desnudas de Hades.
Aquello comprendió había sido un error pues, al sentirlo entre sus muslos, el hombre abrió los ojos de par en par y sin más su boca se alejó de la suya, sus manos dejando su mejilla y su cabello para posarse en sus hombros, buscando crear distancia.

“Tú.”- jadeó, sin aliento.

Por un momento, el cerebro de Mankian sufrió un cortocircuito mientras observaba asombrado como los ojos azul oscuro, ligeramente apagados hacía solo unos instantes, volver a la vida con el mismo fuego interno que había presenciado en la pelea, y las líneas de cansancio bajo éstos que desaparecían cuando sus facciones mutaron muy suavemente en una expresión decidida, como si ignorara su propio estado de salud, o se obligara a hacerlo. Su cuerpo, alto y esbelto y ligeramente falto de masa muscular por los días enteros en reposo temblaba bajo el suyo—si de ira o de impotencia, no supo decirlo. Pero no era miedo, eso era seguro; se lo decían las manos masculinas y que en algún momento habían sido fuertes posadas con toda la firmeza de la que eran capaces en sus hombros, manteniéndolo a distancia de su rostro.

“No.”- gimió.

¿Duele? Quiso preguntar, pero no dijo nada. No venía a humillarlo, no realmente. Había dicho que estaba orgulloso, y así lo era. Mankian no mentía, no estaba en una de las cosas que hacía, y no tenía planeado empezar a hacerlo ahora. Además, le gustaba más así—por ese mismo brillo en sus ojos, por el mismo semblante que presentaba en esos instantes era que le había llamado la atención.
No pudo evitar sonreír, y lo sintió tensarse dolorosamente bajo su peso. Cuando sus manos no tuvieron más remedio que suavizar su agarre en sus hombros, simplemente tomó la oportunidad que se le presentaba; llevando las propias hasta las de él y estampándolas contra la cabecera de la cama, ignorando el grito ahogado del otro hombre mientras intentaba zafarse.

“¿Quién va a evitarlo?”- murmuró finalmente, mientras se inclinaba sobre él, rozando su boca sobre la de Hades muy lentamente- “Si llamas a las enfermeras, alguien va a salir lastimado. Lo más probable es que no seas tú. Si no es hoy, será mañana. Si no es mañana, será pasado. Pero va a suceder. ¿Por qué temes?”-

“Tú… maldito…”- siseó Hades contra su boca, mientras hacía fuerza para deshacerse del agarre de otro en sus muñecas. Inútil, en su estado. – “Suelta…”- pero nunca pudo terminar la frase. La boca de Mankian ya se encontraba sobre la suya una vez más, y su lengua la invadió, los ligeros movimientos de sus labios haciendo que no le quedara opción más que abrir los propios para poder respirar, dándole así más acceso a los cálidos confines de su boca.
Sin dejarse vencer tan fácilmente, Hades tomó el labio inferior de Mankian entre sus dientes y, antes de darle tiempo de reaccionar, mordió con todas su contadas fuerzas hasta que inevitablemente brotó un pequeño hilillo sangre, la cual manchó sus labios de rojo; escurriendo lentamente por su mentón y perdiéndose en cuello.
Mankian ahogó un gruñido de frustración, y sus manos se tensaron alrededor de las muñecas del otro hombre muy dolorosamente; las uñas hundiéndose y traspasando la suave barrera de piel; devolviendo el favor, al tiempo que sus ojos se alzaban hacia los de Hades con un ademán amenazante, quien, aún débil, se la devolvió, iracundo.

“Muy bien,” – susurró Mankian, furioso, al tiempo que tomaba las sábanas del suelo y hundía las caderas con más fuerza contra los muslos de Hades, lo suficiente como para distraerlo cuando sus manos dejaron sus muñecas, y, sin más, con toda la velocidad de la que podía ser capaz, ató con la misma las manos del hombre a la cabecera de la cama, sellándolas con suficiente fuerza como para asegurarse de que dejaría marcas al día siguiente.
Hades tuvo que morder su lengua hasta sangrar para evitar gemir mientras, en retribución por la herida, Mankian deslizaba su mano por su vientre, desgarrando la piel con las uñas hasta dejar marcas, finalmente, llegando hasta sus caderas y, tomando su miembro en su palma, presionó con fuerza. Hades se arqueó sobre la cama y su cabeza se hizo atrás; la nuca golpeando contra la almohada mientras sus dientes se cerraban en torno a su lengua una vez más; sus manos luchando contra los lazos que se mantenían en torno a sus muñecas. No se permitiría gritar, a pesar de que una oleada de calor recorrió su cuerpo y lo hizo estremecerse; una mezcla agridulce entre placer y agonía que, por sólo un instante, no lo dejó siquiera pensar.

“Detente…”-ahogó otro grito cuando los dedos de Mankian respondieron por él—asiéndose a su sexo con aún más fuerza mientras su mano libre recorría su costado, explorando, casi con curiosidad, la superficie plana de su abdomen y la suave, sensible piel que separaba las caderas de éste, provocando que se tensara una vez más.

“Maldito hijo de perra—…¡Por Dios!”- No pudo contener, esta vez, el gemido que escapó de su boca: en voz baja pero descontrolada; el tono notablemente más profundo y estrangulado por el esfuerzo, al tiempo que el otro hombre comenzaba a estimularlo, con una lentitud enloquecedora, y los dedos de la mano libre del mismo se perdían entre sus piernas, rozando dócilmente su entrada. No tuvo que obligarlo a separarlas, porque, inconscientemente, Hades las había abierto para él, su cuerpo reaccionando por sí solo.

“Hijo de perra, ¿Hmnh?”- susurró Mankian, paseando sus labios tranquilamente por el abdomen del hombre, mordiendo ausentemente la delicada piel de su cadera y luego subiendo, para besar las suaves líneas de sus costillas, y luego su pecho, tomando entre sus labios la delicada carne de un pezón y succionando con cuidado. Mientras hacía esto, sin embargo, sus dedos liberaron el sexo de Hades, y una sonrisa decididamente burlona se dibujó en sus labios. – “Supongo puedo dejarte entonces.”

Hades se arqueó debajo de él, y su voz dejó su boca—desgarrada—mientras su cuerpo presionaba contra el de Mankian.

“¡No te atrevas!”- gritó.

Se hizo silencio, y Mankian pudo sentir el sabor de la victoria en su boca, mientras el hombre de cabello oscuro jadeaba, tratando de comprender lo que él mismo había gritado hacía no más de unos segundos. Presionó el rostro contra su propio brazo, tratando de ocultar el repentino color que tomaron sus mejillas, tratando de evitar ver su propio estado.
Pero la vergüenza no duró, puesto que, cuando volvió a alzar la vista, encontró al hombre sobre él, ya desnudo. Su voz quedó estancada en su garganta al intentar protestar, cuando las manos de Mankian se situaron, una vez más, en su entrepierna, y su espalda se alzó una vez más; sus dientes presionaron con fuerza y sus ojos se cerraron.
Con un movimiento rápido, tomó su cintura y lo alzó por las caderas, presionando su frente contra su cuello al tiempo que lo obligaba a envolver las piernas en torno a su cintura. No le importó el gruñido de advertencia de Hades (¿a quién se creía que estaba engañando?) y decidió acallarlo, besándolo una vez más, mientras de una sola, brusca vez, lo penetraba.
No lo dejó gritar. Extinguió sus gemidos con sus besos mientras sus manos se posaban en sus muslos, alzándolo de la cama casi agresivamente, acelerando el ritmo, y su lengua se aventuró por el mentón de Hades hacia su oído, antes de que sus dientes tomaran el lóbulo y jalaran de éste, lo cual provocó un escalofrío en el otro hombre.
¿Qué había hecho, exactamente? Mankian no lo sabía con certeza. Pero ya no era tiempo de detenerse; no hubiera podido ni aunque quisiera, y no hubiera querido ni aunque pudiera. Era demasiado, aquella sensación de un cuerpo firmemente asido al suyo, el sonido de su respiración contra su piel y los latidos del corazón de Hades, los cuales sentía con facilidad, ya que mantenía su pecho presionado al suyo.
Continuó; gruñendo suavemente contra el oído de Hades, quien hacía lo posible por no gemir, de alguna manera conteniendo el dolor insoportable que, muy lentamente, comenzaba a convertirse en placer.
Sin embargo, cuando ambos comenzaron a sentir la tensión en el abdomen, y un delicioso temblor comenzaba a recorrer ambos cuerpos, algo sucedió.

La manija de la puerta comenzó a moverse hacia un lado, con el objetivo de abrir la misma. La traba, aún así, se lo impidió, y la voz de una enfermera surgió del otro lado de la misma.

“¿Hades-san?”- se oyó la voz, claramente femenina- “¿Hades-san, se encuentra despierto? Los demás pacientes advirtieron sonidos extraños viniendo de ésta habitación.”

Mankian alzó una ceja, observando la puerta con desgano por un ínfimo segundo, antes de, una vez más, continuar moviéndose contra Hades, quizás con renovadas energías, y una sonrisa de medio lado curvando sus labios.
Hades se mordió el labio, intentando no gritar, cuando una de las manos de Mankian encontró nuevamente su sexo, y el ritmo en que se hundía en él aumentaba considerablemente, provocando que la cabecera de la cama golpeara contra la pared.

De alguna manera, Mankian encontró su voz, aunque ésta salió sofocada, y no más que un susurro, llena de lujuria, y el tono hizo que un escalofrío recorriera entero al otro hombre.

“¿No vas a responderle?”-

Hades parpadeó, presionando los dientes para no gritar en respuesta, mientras le lanzaba una mirada asesina a Mankian.

“Estás de broma,”- siseó, y su voz tembló notoriamente cuando el hombre lo penetró con más fuerza de la usada hasta entonces, teniendo que arquear la espalda para darle mayor acceso.

“¿Quieres que entre y nos vea así?”- replicó, llevando sus dedos a los labios de Hades e introduciéndolos en su boca por un momento, dejando que éste los mordiera suavemente, y provocándole un exquisito escalofrío. Esto estaba resultando mejor de lo que había planeado.- “Por mi no hay problema.”-

Hades gruñó, y cerró los ojos, invocando todo rastro de sanidad y paciencia que le quedaban, intentando ignorar la forma en que el cuerpo de Mankian se asía al de él, la forma en que su respiración golpeaba contra su rostro y la frente del hombre quedó contra la suya y sus ojos lo observaban con atención, con aquella sonrisa curvando su boca.

Finalmente, alzó la voz.

“Estoy,”- tuvo que interrumpirse, puesto que Mankian ahora presionaba besos a su mejilla y frente, y su mano en su miembro aceleraba, también, el ritmo en que lo estimulaba. Ahogó un gemido.- “Bien.”

“¿Está seguro?”- vino la voz del otro lado de la puerta- “Suena algo agitado, ¿seguro que no quiere que entre a hacer el chequeo?”

“¡Estoy seguro!”- bramó, y su voz salió mucho más agresiva de lo que había planeado, pero aquello pareció satisfacer a la enfermera, quien, ignorante de lo que sucedía entre las cuatro paredes de la habitación, simplemente le informó algo ofendida que volvería en unas horas para hacerle el chequeo.

“Gran actuación,”- comentó Mankian, mientras tomaba las masas de cabello negro del hombre para ladear su rostro hacia arriba y pasar su lengua por la delicada piel de su cuello, sintiendo su respiración acelerarse mientras alzaba las caderas, lentamente comenzando a moverlas contra las suyas. Mankian gruñó, cerrando los ojos por un instante al tiempo que Hades se impulsaba contra él débilmente, apenas logrando el movimiento sosteniéndose de las sábanas atadas a sus muñecas.

“Cierra la boca,”- respondió Hades, finalmente, mientras ladeaba el rostro y atrapaba sus labios, mordiéndolos con ímpetu y luego lamiendo las ligeras marcas que dejaba, presionando su pecho al de él y cerrando las piernas en torno a su cintura, impulsándolo contra él.
Mankian lo tomó de la cintura, alzándolo aún más, y, ya completamente perdiendo el control, presionó el rostro contra su cuello, jadeando su nombre e ignorando el gruñido de dolor de Hades cuando el movimiento hizo que las telas que restringían el movimiento de sus manos se asieran más alrededor de su piel.
Sinceramente, a él tampoco le importaba. Estaba cerca, muy cerca, y la maravillosa presión en la base de su abdomen era todo lo que le interesaba, eso y la seguidilla de incontrolables, deliciosos temblores que agitaban su cuerpo y la piel de Mankian contra la propia y la forma en que su aliento golpeaba su cuello y sus dedos se hundían en sus muslos y era demasiado pero su mente no quería cooperar, y tampoco estaba seguro de querer que su mente cooperara, así que simplemente continuó moviéndose contra él, sin siquiera molestarse en tratar de controlar los suaves gruñidos que dejaban sus labios.
Mankian cerró los ojos, impulsándose dentro de él, recorriendo sus costados con las puntas de sus dedos al tiempo que inhalaba el aroma de la piel del otro, el rostro hundido contra su cuello mientras lo sentía arquearse contra él, tan cerca como él del clímax; viendo, por el rabillo del ojo, las manos atadas de Hades retorciéndose ligeramente en su prisión de tela; los dedos rasgando la piel de las palmas mientras se hundían en estas.
Una vez que dejó de resistirse, había accedido a cooperar, después de todo. ¿Por qué no liberarlo? De todas formas, no había nada que pudiera hacer. No así.
Pero, lo sintió estremecerse, y sus paredes se cerraron en torno a su miembro, y el mismo escalofrío lo recorrió entero. Presionando su mano a la cabecera de la cama, se impulsó una última vez, con una brutalidad casi inhumana, dentro del otro hombre, al tiempo que liberaba sus manos de sus ataduras.
Hades se alzó de la cama hasta quedar sentado, y alcanzó con una de sus manos la cabecera de la cama, sosteniéndose en ésta mientras forzaba sus caderas contra las de Mankian, muy para sorpresa del mismo, al tiempo que, con su otra mano, alcanzaba el cabello del hombre, tirando de éste fuertemente mientras su cuerpo de agitaba. Sin más, mordió el hombro de Mankian para contener un grito, al mismo tiempo que Mankian hundía sus dedos en su espalda y lo asía a él, sus dientes encontrando el cuello del hombre y cerrándose alrededor de una porción de piel, mordiendo hasta extraer sangre, mordiendo hasta dejar una marca al tiempo que ambos temblaban.
Mankian se deshizo dentro de Hades, y a éste no pareció importarle, puesto que alcanzó el clímax al mismo tiempo, y aún luchaba por controlar el ritmo desmedido de su respiración.
Ninguno se movió. Sólo sus jadeos se escuchaban dentro de la habitación, y ni Mankian ni Hades se atrevió a hablar, o siquiera mirarse. Hades sabía que las cosas no volverían a ser las mismas, y Mankian, por más que pretendiese que no le interesaba, también. En el momento en que se miraran, alguien debería dibujar una línea de distancia, una promesa de muerte, un punto de encuentro. Aquello no debió haber sucedido en primer lugar. Lo sabían.
Y sin embargo, ambos se hallaron a sí mismos separándose lentamente el uno del otro, y sus ojos, en la oscuridad, se buscaron por un ínfimo instante.

“¡Hades-san, estamos aquí para su chequeo! ¡Hades-san!”- la voz femenina llamó del otro lado de la puerta, una vez más.

Con una mueca, Hades rápidamente se desenvolvió de entre las sábanas, sin siquiera voltear a Mankian quien, para entonces, ya había desaparecido y recogió sus ropas, apenas llegando a colocarse los interiores y los pantalones.
Volteando a la puerta una última vez (la cual ya estaba a punto de ser tirada abajo por las enfermeras) Hades tomó su camisa y sin más, se lanzó por la ventana.

Cinco minutos después, lo único que las enfermeras encontraron que haya marcado la estancia de su paciente fueron las sábanas manchadas y revueltas, y los zapatos debajo de la cama.


-Fin

†Mas Que Hermanos†

Genero: Yaoi/Hentai
Fantasia

Personajes: Hawk / Raiden
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No necesitó darse vuelta para saber quién era. No creyó que alguien más que Hawk se atreviera a abrir la puerta de su departamento sin ninguna clase de remordimiento o duda; y los pesados pasos que habían resonado por las escaleras lo habían delatado.
Aún así, aquello le llamó la atención. Los pasos, aunque precisos, estaban más lentos que de costumbre; y casi pudo oír su respiración; inusualmente agitada, desde adentro del departamento. Y, cuando la puerta se abrió; su nariz no tardó en captar la fuerte, metálica esencia de sangre inundando de la habitación en grandes cantidades.
Con los latidos de su corazón de repente acelerándose---lo cual, por supuesto, se rehusó a mostrar, giró sobre sus talones en el mismo instante en que vio el lánguido cuerpo de su hermano mayor desplomarse; con un temblor, sobre el suelo de madera.
Quizá por instinto, quizás reacción natural, el más joven de los dos hombres se aproximó antes de que tocara el suelo; pasando un brazo por la cintura del otro, y levantándolo sin mayores dificultades---aunque alarmado por la falta de peso. ¿Realmente había perdido tanta sangre?
La cabeza de Hawk cayó sobre su hombro; su rostro contra su cuello, y sus manos; a sus lados, se movieron ligeramente mientras su costado—cubierto de sangre; con la piel ligeramente quemada—presionando contra el suyo.

“Raiden…”-

El hombre en cuestión no pudo evitar sentirse culpable cuando un delicioso escalofrío lo recorrió entero al sentir los labios de Hawk rozándole la piel. No era el momento. Y sin embargo…

“Calla. ¿Crees que te dejaré morir así de fácil, idiota?”-

Sintió el cuerpo del hombre estremecerse ligeramente mientras una suave risa dejaba sus labios--- interrumpida por una serie de carraspeos; que emergieron con un desagradable aroma a sangre. Aún así, Raiden se vio complacido cuando sintió el brazo de Hawk envolviéndose en torno a su cintura, asiéndose a él por el dolor. De nuevo; la culpa lo invadió, realmente… ¿con qué derecho? Esto le había sucedido por un desliz... que no había sido ocasionado por Hawk en primer lugar. Y a pesar de todo esto, (o quizá, por todo esto) no pudo evitar disfrutar cada segundo de su proximidad; sintiendo el cálido cuerpo de su hermano contra el suyo. Y el hecho de que manchara sus ropas con sangre tampoco le importó.

“Dormir…”- lo escuchó susurrar; y el rostro se hundió contra su cuello; sus dedos casi perdiendo el agarre en su cintura. Conteniendo un sonido de frustración; usó todas sus fuerzas para alzarlo, lo alzó de las caderas y, con un movimiento rápido, logró colocarlo sobre la estrecha cama del cuarto principal.

“No,”-siseó Raiden, sin saber si estaba molesto con él, o consigo mismo- “te duermas”- advirtió, al tiempo que comenzaba a quitar, con manos temblorosas, los botones de la camisa de Hawk; preguntándose por un momento si temblaba por miedo a perder a su hermano, o por lo cerca que estaba. Se preguntó si sus nervios se debían a las profundas heridas; o al hecho de que podía sentir la calidez de su pecho a través de las finas barreras de ropa; y tuvo que tragar saliva para contener otro gruñido frustrado.

Hawk intentó responder que no se le hacía posible mantenerse despierto. Sentía los párpados pesados; y de repente, los movimientos de su hermano; quien se hallaba inclinado sobre él; comenzaron a parecerle lentos… y su boca rehusaba a moverse; su voz atrapada en su garganta. Sin embargo; antes de cerrar los ojos; observó cómo el rostro de Raiden se teñía de desesperación, y sintió sus manos---muy, muy calientes comparadas con su propia temperatura corporal---posándose sobre su pecho, comenzando a hacer presión.

Una. Dos. Tres. Cuatro veces…

Con un sobresalto; algo en su pecho reaccionó, e instintivamente se sentó sobre la cama; arrepintiéndose casi de inmediato cuando sintió su cabeza dar vueltas y una oleada de náuseas apoderándose de él. Tambaleándose, el hombre de cabello oscuro dejó que su cabeza cayera hacia delante; su frente descansando contra el hombro de su hermano; mientras su respiración, lentamente, volvía a su ritmo normal. Aún así, no se apartó. Aún tenía frío, se dio cuenta, Y Raiden era la fuente de calor más cercana. Además, el sonido de los latidos de su corazón retumbaba en sus oídos casi confortablemente.

“Tu corazón estuvo parado por cinco segundos,”- la voz de Raiden le informó, y Hawk reconoció enojo en el tono. Pero, honestamente, estaba demasiado cansado para sentirse intimidado; por lo tanto se conformó con gruñir desinteresadamente contra su cuello.
Lo sintió tensarse. Se preguntó si su proximidad le molestaba, pero prefirió no preguntar. Debía estar irritable, razonó, él también lo estaría en su posición.

Raiden, por su lado, se rehusó a moverse, a riesgo de hacer algo de lo que se arrepentiría. Se dijo miles de millones de veces, desde que su hermano había descansado su frente contra su hombro y su pecho había quedado pegado al suyo, que estaba lastimado, y que no sabía lo que hacía. Y maldijo el momento en que su corazón comenzó a palpitar tan rápido y sus manos a incitarle a tocarlo; y utilizó toda su fuerza de voluntad para mantener la expresión de deseo contenido a un mínimo.

“Tengo que vendarte,”- dijo, entonces; la voz cortante y fría con todo el esfuerzo.
Cuando Hawk se separó lentamente, no supo si suspirar aliviado, o gemir de dolor, un dolor casi físico cuando lo sintió tenderse; gruñendo, debajo de él; entre las sábanas.
¿Cómo no podía verlo? Realmente lo estaba volviendo loco, y él no se daba cuenta. ¿Acaso era tan inconcebible, lo que sentía por él, que Hawk había borrado la posibilidad de su mente?
Aquello le dolió, y casi le cortó el aire. Como un golpe directo al estómago.

De alguna manera forzándose a incorporarse de su posición sobre su hermano, y pasándose una mano por el cabello, Raiden produjo, de un cajón, un equipo de primeros auxilios; buscando el desinfectante y las vendas. Sin pedir permiso, ni advertirlo, lo sentó de un jalón—lo cual, para su placer, produjo un largo quejido de parte del otro hombre y sin más, comenzó.
Con cuidado—aunque solo lo necesario, comenzó a pasar sus dedos cubiertos en alcohol por las heridas más profundas; hundiendo, quizá a propósito, las yemas de los dedos en la carne. Sus uñas se pasearon por su el abdomen del otro hombre; y éste se tensó; tanto de dolor como de algo más que Raiden no supo explicar. Hawk siempre había sido bueno para ocultar emociones, tanto como él, si se lo proponía, y preguntarle no llevaría a nada.
Con los ojos clavados en el rostro de su hermano; continuó aplicando el alcohol; cada vez presionando con más fuerza sobre las heridas; alguna parte de él disfrutando el cambio de expresiones en sus facciones. El dolor, la resignación, quizá, en cierto punto, hasta el placer. Aún así, el mayor de ambos hombres no emitió una sola palabra, esperando que Raiden continuara; regulando la respiración, a pesar de que sus mejillas comenzaban a teñirse de rojo.
Por fin; y con algo de entusiasmo; se colocó atrás de él, lentamente empezando a vendar su pecho; apoyando la frente contra la nuca de él. Y, sin duda a propósito, presionando las palmas de las manos durante unos segundos más de lo que era necesario contra su piel; sintiendo a Hawk temblar ligeramente contra su pecho; y algo le dijo que no era por frío.
Interesante.
“Raiden,”- Hawk dijo, finalmente; y su voz, aunque normal, sonaba un tono más grave de lo que solía ser; llena de emoción contenida.- “Gracias.”

No lo soportó más. Sintió su sangre hervir en sus venas, y sus brazos envolvieron el pecho del otro hombre, su cuerpo arqueándose para sobrepasar el suyo y forzarlo sobre el colchón. Sintió el corazón de Hawk latiendo contra su abdomen, con más fuerza que nunca; y su respiración quedando estancada en su garganta. Lo sintió resistirse; pero él era más fuerte ahora; y, con un gruñido, lo alzó de las caderas; colocando una pierna entre las de él para obligarlo a separarlas; las rodillas flexionadas sobre las sábanas.

“¿Me vas a decir hermano ahora, Hawk?”- siseó, montado en ira y deseo, puro y consumado. Hundió sus caderas contra los muslos de él, forzándolo a sentir su erección por encima de los pantalones, y sus manos se colocaron sobre las del otro hombre, presionándolas contra la cama y dejándolas inmóviles.
El otro no respondió; meramente observando; desorientado, las sábanas que se agolpaban contra su rostro; y sus manos atrapadas bajo las del hombre que siempre había llamado hermano, pero por el cual había profesado una lealtad mayor aún a aquel título. Lanzando un gruñido frustrado; sintiendo su cuerpo temblar y el miembro de Raiden presionando contra la base de su espalda creando fricción, y la boca de éste; contra su oído, susurrando, Hawk hundió el rostro contra las sábanas; mordiendo la tela para evitar gritar. Si de humillación o de placer, ya no sabía.
Por fin, las manos de Raiden dejaron las suyas, para pasearse sin ninguna clase de reservas por la curva de su espalda, sus labios abandonando su oído después de lamerlo, muy lentamente, y morder el lóbulo de su oreja mientras sus manos desgarraban su espalda; haciéndolo arquearse, presionando su sexo contra sus muslos con fuerza; casi sintiendo algo de dolor él mismo.
“Anda, dilo.”-murmuró, esta vez casi gentilmente contra su piel, mientras besaba su cuello, tironeando de la piel con los dientes, mientras sus dedos jalaban de la tira de los pantalones de Hawk, las yemas de los mismos tocando el sexo ya duro entre las piernas, y, complacido, lo vio temblar; una capa de sudor comenzando a caer en pequeñas gotas de su piel.- “Dime que todo lo que sientes por mí es amor de hermano,”-continuó, mientras manipulaba el miembro en su mano con facilidad; y éste casi gritó cuando lo rozó con sus uñas- “Dime que arriesgas tu vida, y tu futuro por mi solo porque soy tu hermano y te dejaré ir.”-pausó por unos momentos, observando la exquisita expresión de tortura en el rostro de Hawk,- “A menos, claro está, que me hayas estado mintiendo durante todo este tiempo.”-
“Raiden…”- jadeó, al borde de las lágrimas. Por Dios, Hawk no sabía que podía llorar, pero iba a hacerlo, y no sabía por qué. Sus músculos le ardían; su miembro; atrapado entre los dedos del hombre que compartía la mitad de sus genes, dolía casi insoportablemente; en el límite en el cual no sabía si era agonía o placer; rechazo o deseo absoluto. Ya no sabía.

“Sólo tienes que decirlo… y te dejaré ir.”- susurró, aunque sabía que mentía. Perdía la paciencia, y su hermano sólo buscaba la forma de respirar de una manera que traicionara la excitación que se apoderaba de él. Raiden lo sabía---lo sentía palpitar entre sus dedos, y su espalda temblando mientras lo apegaba a su pecho, oía los ligeros gemidos que escapaban de su boca y veía la forma en que sus mejillas se teñían de rojo; los ojos fuertemente cerrados.

“Raiden…”- gimió. Quería decirle que parara, que no lo veía de manera alguna más que su hermano, que si no le sacaba las manos de encima lo mataría él mismo, pero no pudo. No le gustaba mentirse a sí mismo, y tampoco le gustaba mentirle a Raiden—ya no podía verlo como antes, no después de esto, y las posibilidades de lo que podría pasar luego de esa noche despertaron tanto curiosidad como miedo.
Además, sabía que estaba mintiendo. Raiden siempre terminaba lo que empezaba, y, fuere quien fuese él mismo, aquella costumbre no cambiaría.
Con un gruñido de frustración que casi rayaba en la histeria; Raiden clavó los dientes en la suave carne de su hombro, casi destrozando la piel, y sintiendo el sabor metálico de su sangre en su boca. El grito de Hawk fue suficiente para empujarlo fuera de la poca sanidad mental que le quedaba y, con un movimiento rápido, efecto y brusco; bajó los pantalones de Hawk hasta sus rodillas flexionadas, una de sus manos bajando hasta una de las nalgas y hundiendo las uñas dolorosamente en ésta, rasgando; dejando marcas profundas y rojas sobre la tez oscura del muchacho.
Retomando sus manos en las suyas y empujándolo hacia delante; dejando sus caderas alzadas, presionó la frente contra el espacio entre sus omóplatos y; sin fuerzas ni deseos de seguir conteniéndose; lo penetró de una sola vez. La fuerza empleada hizo que Hawk arqueara la espalda hacia arriba con un grito desgarrador; y Raiden sintió sus dedos presionando los suyos; sus manos tomando las de él al tiempo que sus ojos se cerraban.

“¡Raiden…!”-

“Dilo de nuevo,”- siseó, besando su mejilla mientras incrementaba el ritmo, guiando las manos de Hawk hacia su propio miembro y haciendo que envuelva sus dedos en torno a éste, comenzando a masturbarlo con su ayuda; guiando cada movimiento dependiendo de la velocidad con la cual lo penetraba; sus caderas impactando contra los muslos de Hawk sonoramente. Sentía su garganta seca y quiso besarlo, pero eso tendría que esperar.-“Dilo,”-repitió-“grita mi nombre. Quiero que te olvides de que soy tu hermano. Olvídate. Di mi nombre, Hawk.”-

Ya no podía resistirse. No valía la pena---el sufrimiento, el placer; todo quedaba mezclado en su interior y hacía que su cabeza diera vueltas, y no tuvo fuerzas para negarse. No estaba seguro que quisiera hacerlo, de todas formas, y con gusto, por fin encontrando una forma de liberar su frustración; su impotencia, gritó, gritó su nombre y mordió la almohada y cerró los ojos y se impulsó contra él, simplemente siguiendo sus instintos.
Raiden hundió el rostro contra la espalda del otro hombre y gruñó, quizá gimiendo, su nombre, abrazándolo contra él mientras lo presionaba contra la colcha, deshaciendo su piel a besos y dentelladas, encontrando goce en cada pequeña marca dejada en la hasta entonces inmaculada piel de su hermano mayor.
Con un movimiento rápido, se separó de él, tomando su brazo bruscamente para darlo vuelta; enfrentándolo cara a cara. Hawk, demasiado cansado para protestar, demasiado perdido en éxtasis para hacer algo al respecto, con deleite siguió los movimientos de su hermano cuando éste, separándole las nalgas y alzándolo de las caderas se volvió a hundir en él, con la misma fuerza; mientras lo obligaba a apegar su pecho al propio, abrazándolo con todas sus fuerzas mientras presionaba sus labios contra los suyos.
Una descarga de electricidad lo recorrió entero, y sintió a Hawk temblar contra él mientras la lengua del mayor buscaba la suya, y Raiden respondió gustoso; y sus manos se perdieron en el cabello oscuro del otro hombre mientras sentía a éste recorrer su espalda con sus dedos, devolviendo cada atención con las pocas fuerzas que le quedaban ya, jadeando contra su boca cada vez que el menor lo penetraba.
“¡Hawk…!”- pero su voz fue interrumpida por la de éste, quien acababa de gritar su nombre al mismo tiempo; y sus voces, más graves y rasposas que de costumbre, resonaron por el departamento y se perdieron entre el resto de los sonidos de Alsatia; mientras una serie de espasmos los recorrían y la tensión en la base de sus abdómenes simplemente explotaba: ambos se deshicieron mientras el orgasmo los golpeaba en ese mismo instante. Hawk, contra la base de los muslos de Raiden, quien rápidamente se dejó caer, tembloroso, sobre él y Raiden, dentro de Hawk; quien envolvió los largos dedos en el cabello blanco de su hermano, jalando de este suavemente.
Aún sobre él, dentro de él, Raiden no detuvo sus besos y continuó devorando su boca, obligándose a disfrutar cada segundo de su cuerpo asido al suyo, de su aliento mezclado con el de él y su piel contra la propia; buscando memorizar cada detalle de su rostro.
Finalmente, separando su rostro del de Hawk; se dejó caer, sin fuerzas ya, sobre él; dejando que su peso lo mantuviera contra la cama. Hawk no profirió queja, por lo tanto no se molestó en quitarse, y se contentó con presionar el rostro contra el cuello del otro hombre.

“…Raiden…”- escuchó el susurro, y la debilidad y aspereza de la voz hizo que algo en su pecho se contrajera dolorosamente y le quitó la respiración.

Pero lo interrumpió; su propia voz no más que un murmullo; “No tenía derecho a hacerte esto…”-

“No,”- respondió Hawk, cansado, mientras miraba por el rabo del ojo la nuca de su hermano; quien tenía el rostro firmemente escondido contra su cuello. – “No lo tenías.”
Lo sintió apretar los dientes contra su piel, y todo su cuerpo tensándose sobre el suyo.

“Lo siento. Lo arruiné todo…”- y, sin emitir otro sonido; Raiden se incorporó de la cama, lamentando la ausencia del calor del otro cuerpo; recogiendo sus pantalones del suelo a sus pies, y dando la vuelta, queriendo dejar el lugar lo más rápido posible. Le costaba respirar---el aire estaba saturado de olor a sangre y sexo; lágrimas contenidas y sudor, y la esencia de Hawk sobre su propia piel, casi sobrepasando la suya, lo volvería loco. Tenía que lavarse, tenía que pretender que sus acciones no lo harían perder a su hermano, y el pensamiento hizo que una agonía enorme recorriera su ser.
Así que hizo lo mejor que podía hacer y giró sobre sus talones, dirigiéndose hacia la puerta a gran velocidad. Tenía que salir. Tenía que irse, limpiarse, aclarar sus pensamientos y huir, y planear alguna manera de resolver las cosas, lo que fuere, haría lo que fuere…

Pero una mano aprisionó su muñeca fuertemente y, antes de que pudiese reaccionar, fue arrastrado hacia el cuerpo que había dejado hacía solo unos instantes; su rostro conectando con el pecho del otro, mientras un brazo fuerte; aunque al mismo tiempo débil, se envolvía en torno a su cuerpo, asiéndolo contra el otro hombre sin dejarle escape.

“Basta, Raiden.”- murmuró; mientras tomaba asiento sobre la cama, forzándolo a seguir el movimiento, y sentándolo junto a él; aún así manteniendo el abrazo, sin apartarlo un solo instante.- “Basta. Detente.”-

Con un suspiro resignado; Raiden cerró los ojos; dejando que el otro hombre lo mantuviera cerca; dejando que el cansancio se apoderara de él mientras la conciencia lo abandonaba; y las palabras de Hawk; habladas en un tono suave y tranquilizador, lo arrastraran al sueño.

No se enteró en qué momento de la madrugada su hermano lo había dejado durmiendo en la cama y había dejado su departamento, pero cuando Raiden despertó esa tarde; no tardó en descubrir que lo había hecho con una sonrisa.


Fin.

†Happy New Year†

Genero: Yaoi/Hentai
Fantasia

Personajes: Ky / Reno
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Los fuegos artificiales se abrían como flores en el cielo. Uno tras otro; explotaban sobre sus cabezas e iluminaban la noche; y el verano los saludaba finalmente con el soplo de una cálida, suave brisa. La ligera esencia de la humedad, mezclada con el aroma a alcohol y marihuana inundaban el aire. La calma, la felicidad, la energía, y la música rodeaban y hacían el ambiente de Alsatia; le daba la bienvenida a aquellos que se habían ido alguna vez. Los llamaba a casa. Y aquellos que habían quedado---peleando, rezando, esperando---estaban más que felices de recibirlos y darles el recibimiento que se merecían. Que todos merecían.
En todo caso, el ambiente estaba tranquilo y, como siempre, no quedaban más que ellos dos para monitorear el asunto. Paranoicos como eran, sabían bien que nunca había mucho silencio por parte de la fracción que les tocaba vigilar y aquello, nunca presagiaba nada bueno.
La gente bailaba y reía a su alrededor, y los dos hombres---Reno y Ky, observaban en silencio, sentados en la fuente de ron. Al menos, uno lo estaba; el otro simplemente se hallaba acostado sobre su espalda, botella de ron en la mano; y los ojos concentrados en las personas envueltas en el evento del año. Sin embargo, aquello no significaba que no prestaba atención a su acompañante---de la misma manera que el pelirrojo, aun concentrado, se encontraba muy conciente de la presencia de su amigo. Quizá era el tiempo por el cual había transcurrido su amistad---porque, definitivamente, a esta alturas, lo de ellos ya no podía llamarse compañerismo. A su manera, siempre se habían apoyado, y a pesar de que no hablaban mucho (ambos eran parecidos en ese asunto; no hablaban más de lo que era necesario) se entendían. Era una cuestión de confianza y respeto, y, aunque tal vez ninguno de los dos lo admitiese, afecto.
En apacible silencio, observaban, compartiendo la botella de ron de vez en vez, a veces comentando sobre algo---Reno lo hacía, Ky solo afirmaba---y simplemente disfrutando lo que prometía ser una noche divertida, calurosa y serena.
Ni siquiera las luces del alba estaban cercanas; y los flashes y el humo de la habitación insistían, y la gente coreaba mientras Hawk y su banda se apoderaban del escenario por segunda vez. La multitud bailaba, reía, se divertía, y ellos continuaban en sus puestos---como plantas de jardín, eh, comentaba Reno y Ky, a pesar de sí mismo, no podía evitar sonreír ligeramente al sentido del humor de su amigo.
Sin embargo, el pelirrojo se tensó por un mínimo instante y Ky, conociéndolo, hizo un gesto con su mano, moviendo la cabeza para verlo a los ojos. El hombre más alto, con un simple ademán hacia el balcón vacío al otro lado de la habitación, se incorporó de su puesto y, sin decir una palabra, se encaminó a través de la multitud hacia allí.
El dragón lo siguió en silencio.

-

Ky ahogó un grito (o un gemido, no pudo realmente diferenciarlo) cuando sintió las caderas de su amigo hundirse contra las de él, y su boca sobre la propia; su lengua (bañada en alcohol) partiendo sus labios e invitándose dentro al tiempo que sus brazos lo alzaban y lo presionaban contra él--levantándolo del suelo, colocándolo en su regazo y empujando su pelvis contra la de él. Y Ky bebió; bebió de su boca al tiempo que sus manos, temblorosas, buscaban destrozar los botones de la camisa de Reno, y lamió; con la punta de la lengua el rastro de ron que caía de la comisura de sus labios; por su mentón, y sus uñas le rasgaron el pecho y la espalda y a Reno le pareció divino.

Al final parece que no sucederá nada, había dicho él. El más joven tuvo que asentir, estaba de acuerdo. Superponiendo ideas, simplemente habían decidido que aquella reunión más privada no había sido producto de nada más allá de su paranoia---algo que, si bien ayudaba en las situaciones de extrema tensión, estaban injustificadas aquella noche.
Entonces, Reno sustrajo una botella de ron de adentro de su chaqueta y, sin más preámbulo, dio un trago; sin dudarlo dos veces pasando la misma a Ky una vez que había terminado.

Sus dedos se tensaron en el cabello rojo del hombre y su respiración de aceleró cuando sintió su pecho impactando contra el de él, y la desesperación lo invadió. Mordió sus labios hasta hacerlo sangrar, gruñó en su oído y dejó que sus manos lo desgarraran; arrancándole la camisa buscando su espalda para atraerlo más contra él, dejando marcas por todos lados. Y no le importó. No importaba absolutamente nada, porque ahora los labios del pelirrojo habían tomado uno de sus pezones en los cálidos confines de su boca y succionaban, lentamente, y pudo sentir el roce de sus dientes contra la carne y tuvo que gritar por no gemir; solo para ser silenciado por los dedos de Reno, quien lo observaba desde su pecho con una expresión de deseo velado y reproche en sus facciones.
Ky entonces observó por sobre su hombro, con algo de desgano, desde el lugar donde se encontraban recluidos, hacia la ventana que conducía de vuelta al salón. Las cortinas, ligeramente abiertas, dejaban observar con claridad los sucesos del lado opuesto… y, probablemente, también del suyo. Ky gruñó, y sin más, hizo un ademán para separarse de su compañero; pero las manos del mismo ya se encontraban en sus caderas y las levantaban, cambiando la posición.
Con un sonido de sorpresa surgiendo de su garganta, Ky se encontró de espaldas al suelo; con sus piernas envueltas al rededor de los hombros de Reno, y al mismo desabrochándole los pantalones, subiéndolos hasta sus rodillas con seguridad, e impidiéndole mayores movimientos. El dragón siseó, disconforme, pero el sonido jamás abandonó su boca.
Reno pasó sus manos por sus muslos, provocando que se arqueara y, en ese mismo momento, introdujo su sexo en su boca; succionando cuidadosamente, hundiendo las uñas en la espalda de Ky, acercándolo a él, guiando el movimiento de sus caderas; y el dragón tembló, ahogando un gemido. Sus dedos encontraron el camino hacia la cabeza del pelirrojo y jaló de sus cabellos al mismo tiempo que sintió su cabeza rodar hacia atrás, sus músculos tensándose y relajándose periódicamente, en pequeños espasmos, y el placer y el deseo recorriendo su ser entero, haciéndolo temblar.
Con un grito apenas contenido (que escapó como un gemido de todas maneras) Ky sintió su cuerpo arder; su sangre corriendo por sus venas a una velocidad inhumana, sus manos contrayéndose en puños en el cabello de su amigo mientras el clímax llegaba a él, y, sin más, se sintió a sí mismo deshacerse en la boca del otro hombre, y éste, calmadamente, simplemente le dejó ir; dejando que sus caderas cayeran sobre su regazo una vez más.
Reno recorrió su abdomen con sus dedos, y Ky, tratando de recuperar su compostura, alzó la cabeza, cansado, para observarlo; sintiendo sus músculos respondiendo instintivamente al tacto del pelirrojo. Antes de que pudiera reaccionar por completo, había sido alzado nuevamente, por la cintura, para tomar asiento en el regazo del otro hombre; dejándolos cara a cara. Sintió sus dedos; bañados de aquella sustancia cálida y espesa recorriendo su entrada, al tiempo que su mano libre lo sostenía y sus labios clamaban los suyos, apenas permitiéndole respirar; su lengua confundiéndose con la propia; sus dientes tirando suavemente de cada porción de piel cercana.
Y fue solo esto lo que evitó que gritara de dolor cuando, de una sola vez, se hundió en él, penetrándolo con fuerza una sola vez. Ky se aferró a él lo mejor que pudo; ya que, si bien se hallaban cara a cara; sus caderas presionaban contra el abdomen de Reno, y pudo sentir los músculos contrayéndose con cada movimiento contra su miembro.
Arqueándose hacia adelante, mordió con fuerza el hombro del pelirrojo para evitar gemir tan fuerte como sus pulmones le dejaran; y se sintió casi morir cuando sintió la mano libre del mismo (la otra le guiaba las caderas) envolverse en torno a su miembro, estimulándolo a la misma velocidad en que lo penetraba, llevándolo más cerca del orgasmo con cada impulso; con cada vez que sus labios tocaban su cuello y sus manos lo acariciaban; dejando marcas en su piel.
Entonces Ky sintió su cabeza girar y su respiración entrecortarse y, Reno, el cual se apegaba lo mayor posible a él, apenas logró a obligarse morderse el labio inferior para no gritar; y su cuerpo se estremeció; y se arqueó hacia atrás; terminando dentro de él, gruñendo suavemente, temblando; mientras Ky, en igual estado o quizás peor, se dejaba caer sobre su pecho bajo la influencia de su propio orgasmo; aferrándose a su compañero con todas sus fuerzas.
Reno parpadeó lentamente, habituándose una vez más a enfocar la vista en el cielo; donde los fuegos de artificio encendían la noche; e inconscientemente movió su mano a la cabeza del otro hombre, la cual descansaba en su hombro; y sus dedos se enredaron afectuosamente en el cabello de Ky, tratando de, alguna manera, ayudar a calmarlo.
El pelirrojo abrió la boca para decir algo pero, como de costumbre, se encontró sin palabras. Ky simplemente lo observó, aun levemente jadeando, pero su amigo pudo ver con claridad que se hallaba tranquilo. Se decidió por pasar sus dedos por la mejilla de él, y, tras haber pensado algo constructivo para decir---al menos algo que evitara la incomodidad que pasarían por las próximas horas---una voz femenina surgió del salón, perturbadora mente cercana, alcanzando sus oídos.
“¿Alguien ha visto a esos dos? ¡Es hora del evento principal!”-

Ky y Reno se observaron por unos segundos (que parecieron ser una eternidad) y, tras Ky levantarse, Reno tomó su mano y se incorporó.
Acomodaron sus ropas y, sin más, se dirigieron al salón sin mirar atrás.


-Fin-

martes, 26 de enero de 2010

†Negocios Riesgosos†


Pareja: Nirvana x Rufus

Género: Erótica/Romance

Rating: +18

Título: Negocios Riesgosos

Cuando Rufus llega a su oficina más temprano de lo usual, empapado hasta los huesos de lluvia y con los músculos cansados de caminar hasta Alsatia por un averío en los warps, no está sorprendido al encontrarse con una sombra situada en su silla—no cualquier silla, su silla—cómodamente como si el lugar le perteneciera.

Solo que no le pertenece, y Rufus es consciente de los roles una vez más.

Sí, esa es su silla, pero también es la silla de él porque él así lo elige.

No tiene deseos de disputársela. No hoy.

Después de todo, ambos saben, aunque pretendan no hacerlo, quién tiene el control en esto.

Lo que sea que “esto” sea.

Así que Rufus respira—porque es, realmente, lo único que puede hacer—y desliza su abrigo mojado de sus hombros, colocándolo sobre la única pieza de mueblería además del escritorio y la silla: el sofá.

Y aunque sabe que no durará, pasa sus dedos por su cabello empapado en un intento inútil de domarlo en algo parecido a su pulcritud normal, fallando miserablemente en el proceso.

Finalmente, el rubio dirige sus ojos a lo único que amerita realmente su atención en el momento: el hombre sentado en su—su—silla con una sonrisa engañosamente ausente en los labios y la luna reflejada en sus lentes.

Hoy también tendrá que ceder, pero se ha dado cuenta de que ya no le importa tanto.

Si no quisiera esto, él no estaría aquí, después de todo.

“Quítatelas”- le da la satisfacción de ser el primero en hablar, y se concede el dudoso honor de recorrerlo con su mirada con lo que cualquier otro consideraría un dejo despectivo, pero que no lo es en lo absoluto.

No, Nirvana sabe que no es despectivo en lo más mínimo, y sabe de la adrenalina que, lentamente, empieza a apoderarse de sus sentidos, disparándose como una bala de electricidad pura a través de sus nervios.

Sin embargo, Nirvana no es Rufus, y decide no complacerlo la primera vez, decidiendo, en cambio, alzar una ceja en cuestionamiento y fingida inocencia.

¿De qué estás hablando?

Y no puede evitarlo, sus labios se curvan en una sonrisa cuando lo ve tensarse levemente cuando formula la pregunta, sin decir nada.

Aún así, Rufus no es nada sino paciente y, mientras se recarga lánguida, desinteresadamente contra el escritorio, repite:

“Quítatelas.”- y pausa para apagar un cigarrillo a medio consumir en el cenicero.- “Para eso viniste ¿no es cierto?”

Nirvana se da el lujo de arquear la otra ceja mientras alza su mirada a la de él, e, inevitable, su sonrisa se agranda y una risa se escapa de sus labios.

Rufus le devuelve la sonrisa, aunque solo por la mitad, y agrega:

“Viniste a hacer cosas malas conmigo.”-

Y Nirvana no lo evita, ésta vez sus dedos se cierran en torno a los botones su propio saco y comienza quitárselo, mientras el otro se ocupa de deslizar sus lentes del suave puente de su nariz, colocándolos sobre el escritorio.

“Sí,”- dice, finalmente, y ladea el rostro para presionar sus labios contra los del otro hombre, y se le viene a la cabeza por un ínfimo instante cuánto le agrada besarlo, antes de concluír el pensamiento—el último en el transcurso de la noche, decide, porque ésta confesión realmente no le cuesta en lo más mínimo.-“Vine a hacer cosas horribles contigo.”

Finalmente, los dos no son más que uno—piernas enredadas entre sí y brazos envueltos en sábanas cubiertas de sudor y jadeos compartidos, manos alcanzando por la primera fracción de piel que puedan encontrar y bocas abiertas buscándose mientras voces—ambas roncas, ahogadas—se elevan al cielo en sonidos incomprensibles y esporádicos, confundiendo gemidos con nombres, y nombres con gruñidos.

Nirvana no está seguro de cómo llegaron a la cama—ni siquiera había sabido si Rufus realmente tenía una cama hasta hoy—pero no le importa. La colcha es lo suficientemente cómoda, aunque no hay espacio para ambos, y Rufus se ha visto obligado a colocarse sobre él para terminar lo que ambos han comenzado, pero Nirvana no puede decir que le importe tampoco.

Le gusta esta faceta de Rufus. Tiene los ojos fuertemente cerrados ahora, y sus manos están en el abdomen de Nirvana para conseguir alguna clase de balance mientras lo fuerza dentro de él y Nirvana puede sentir absolutamente todos los músculos de su cuerpo tensándose y relajándose rítmicamente mientras se hunde en él. Se muerde el labio inferior, pero aún así, Nirvana está seguro que puede escuchar los tenues gemidos del otro escapando de sus labios contra su voluntad, y observa, como en trance, los mechones de cabello rubio pegados a sus mejillas –que han, por el momento, tomado color—gracias a la suave cortina de sudor que baja por su rostro.

Y entonces, sólo entonces, los ojos azules del rubio se abren y lo observan con algo parecido a sorna, y sus labios se curvan en una media sonrisa, y Nirvana sabe lo que está preguntando sin que el otro tenga que decir ni una sola palabra, prácticamente escuchando su voz en su cabeza en ese mismo tono bajo, profundo y casi burlón que nunca falla en enviar una serie de temblores a través de su sistema.

¿Te gusta lo que ves?

El muy bastardo.

Pero no le importa—Rufus ha propuesto un reto y Nirvana no tiene ninguna clase de contemplación en aceptarlo, alzándose sólo lo suficiente como para sentarse sobre la estrecha cama del dormitorio y tomarlo por las caderas, levantándolo con facilidad y luego bajándolo sobre su miembro una vez más, y no puede creer cuán satisfactorio es el grito de placer—su nombre, ni más ni menos—siendo arrancado de su garganta mientras sus brazos se envuelven en torno a su torso y sus dedos rasgan su piel.

Y entonces los labios de Rufus encuentran los suyos con una fiereza de la cual nadie que no lo hubiera visto así lo creería capaz y Nirvana se olvida de pensar. Porque Nirvana sabe muy bien que puede ser frío y profesional con todo (y todos) lo demás, pero allí—en el pequeño espacio que es su oficina y su casa al mismo tiempo—y en el círculo de sus brazos—y sus cuerpos superpuestos y enredados e indiscernibles el uno del otro—Rufus es todo menos eso y verlo perder el control lo empuja al borde a él mismo y…

“¡NIRVANA!”-

La voz desgarrada del rubio lo arranca de sus febriles pensamientos—porque llamarlos coherentes sería una estupidez en sí misma a estas alturas—y los violentos temblores del cuerpo asido al suyo disparan una serie de espasmos por su figura, y Nirvana tiene que morder el hombro de su compañero con todas sus fuerzas para no gritar mientras se viene en él.

Normalmente, a Nirvana el aroma a sudor y sexo y las sábanas sucias le molestarían, pero no se encuentra de ánimos para incorporarse, y el peso del cuerpo de Rufus sobre el suyo le impiden moverse demasiado.

No le importuna, de todos modos. Ya han pasado el punto en que, cuando ambos están aun cansados, jadeando, temblando, pegados el uno al otro, ninguno puede lograr sentirse incómodo.

Ha sucedido ya las suficientes veces como para que ciertas partes del pudor—o quizás, el orgullo—arruinen el momento.

“No vuelvas a sentarte en mi silla,”- viene la voz ronca de Rufus contra su cuello, aunque sabe que está demasiado cansado como para emitir ninguna amenaza real. Y aún así, la maldita silla no podría importarle menos en estos momentos.

Nirvana ríe, entrecortadamente, aún intentando recuperar su propio ritmo respiratorio.

“Olvídate de la silla. Me gusta más tu cama.”-

Nirvana está comenzando a vestirse cuando Rufus se incorpora, desnudo, y le da la espalda, arqueándola levemente para estirarse. Sin embargo, no hace movimientos para colocarse las ropas, y esto llama la atención de Nirvana, quien prefiere mantenerse en silencio, observando.

Esto no es normal.

“¿En cuánto tienes que irte?”- viene la voz de Rufus, clara ahora.

Nirvana medita.

“Debería irme ahora. Volveré en un par de días.”-

Y espera la típica respuesta de Rufus, aquél desinteresado “okay” que siempre viene luego de la acostumbrada pregunta.

Pero no viene.

En cambio, el rubio lo observa por sobre su hombro por instante—sólo lo suficiente como para que Nirvana adivine sus intenciones—y, sin decir más, se interna en el baño, donde puede escucharse la corriente de agua caliente de la ducha sólo unos instantes más tarde.

Nirvana no puede evitar sonreírse a sí mismo, sin dejar de notar la puerta abierta del baño.

“Aunque… supongo que podría llegar unas horas más tarde.”-

“Bien.”- viene la respuesta desde la ducha.

Y Nirvana no lo duda dos veces y, quitándose los pantalones que se había puesto hacía solo unos instantes, lo sigue.

Fin

†The Remnants of War†

No se detuvieron para observar el panorama atrás de ellos. Las largas, pesadas pisadas de los Evas retumbaban a sus espaldas, y tanto Byox como Ky sentían su transpiración empezar a correr por sus rostros mientras aceleraban su huída, demasiado concentrados en escapar para notar una parte importante de su equipo que, evidentemente para todos menos para ellos, se había perdido en algún momento del caos.

“Kyske,” – siseó Byox, mientras, jalando al joven por el brazo atrás de una roca dejaban pasar al trío de hombres de largo en plena persecución.

“Byox, creo que no es el momento”- respondió el dragón, asomándose por el borde de su escondite temporal para comprobar que los Evas hubieran seguido a los otros tres y ver si estaban fuera de peligro.

Byox gruñó y lo jaló, zamarreándolo por los hombros.

“Amo Kyske, creo que nos olvidamos de algo importante.”-

Eso obtuvo la atención de Ky, quien desvió la mirada del camino para observar a su summon.

“¿De qué estás hablando?”-

Con un gesto nervioso, y con su ojo sufriendo un tic bastante notable, Byox señaló el espacio vacío a su lado.

Silencio.

“…Bueno, esto puede llegar a ser un problema…”-

Mientras tanto, en otra parte de Antika…

Le dolían todas y cada una de las extremidades de su cuerpo, pensó Caim mientras, con una mueca de disgusto, ingresaba en una de las grutas olvidadas de los valles de Antika, buscando recuperar el cuerpo que había dejado para pelear en su máxima potencia. Había probado ser un grave error.

Había dejado al descubierto su cuerpo huésped, y se había descuidado. Si alguno de los tantos con los que había peleado esa noche realmente hubiese llegado a herirlo, podría haber muerto de verdad.

Lo cual, obviamente, no encajaba en sus planes.

Esos dos dragones y el Summon tampoco encajaban en sus planes, si lo pensaba mejor, y aquello le irritó. Se habían llevado a la mujer.

Con un gesto impaciente, se deshizo de la parte superior de su armadura, clavando su espada al suelo y dejándose caer, exhausto, contra una de las paredes rocosas de la gruta, llevando sus manos a su cabello y revolviéndoselo, dispuesto a, cuando menos, deshacer algo de la tensión que provocaban sus doloridos músculos.

“Entonces tú también sientes dolor.”- murmuró una voz, aquietada, débil, y masculina a lo que supuso no debieron haber sido más de dos metros de él, en la oscuridad. ¿Cómo no se había dado cuenta?

“Un gato perdido,”- murmuró con desdén, aún sin deseos de moverse. El aroma a sangre lo alcanzaba ahora, y no dudó el hecho de que el otro se encontraba en peores condiciones que él mismo. Decidió que, por el momento, no era un peligro.

“Más bien abandonado,”- respondió Faith, luego de unos momentos de cómodo silencio. –“Corrieron con Jinsha y ni notaron que ya no estaba.”- No parecía molesto.

“Por eso es mejor andar solo.”-

“Ah, pero tú tampoco estás solo.”-

Caim cayó en silencio una vez más, reflexionando. Era cierto. No estaba solo, aunque, quizá, entendía la soledad mejor que nadie. Solo pero acompañado. Solitario en medio de una multitud, siempre.

“Realmente no hay diferencia,”- musitó, finalmente, mientras, con algo de dificultad, se incorporaba, caminando los dos metros que lo separaban del hombre más joven casi cansinamente.

Al cerrar la distancia, por fin pudo ver el contorno de su forma en la oscuridad, apenas iluminado por la luna mortecina que asomaba desde una de las grietas al cielo; dejando pasar el helado viento de la madrugada.

Por un momento, notó a Faith tensándose, pero sus ojos, azules y cansados, lo miraban por debajo de las largas pestañas rubias y sus manos, descansando en puños sobre una herida particularmente profunda en su costado, se relajaron.

Le resultó extraño. ¿Por qué no temía?

Cómo si leyera sus pensamientos, el joven sonrió, aunque no había rastros de humor en la expresión en lo más mínimo. Casi parecía irónico.

“Sé que no piensas matarme en este estado.”- declaró, simplemente. –“No va contigo.”

Caim se tensó, y tuvo que contener el deseo de golpearlo. No lo conocía tan bien. Nadie lo hacía.

Y sin embargo, allí estaban. Hablando casi plácidamente, en una distancia el uno del otro casi íntima, sin miedo ni mayores tensiones que encontrar el uno en la presencia del otro. Había escuchado una voz fuera de su mente, del mundo real, sentía la respiración del otro, también real, casi golpeando contra su rostro, y el calor de su cuerpo (vivo) emanando contra la frialdad del suyo.

“Hay cosas peores que la muerte.”-

Extendió su mano, y sus dedos enguantados pasaron por su mejilla, presionando contra la tierna carne casi dolorosamente; y por un momento, tuvo deseos de quitarse los guantes para sentirla mejor.

Sí, estaba vivo y era real, y se hallaba allí. Quizás, pensó, la única persona que se había molestado siquiera en intentar conocerlo.

Faith hizo una mueca, que más que de disgusto, parecía de disconformidad. No emitió queja y, en cambio, simplemente lo miró a los ojos.

“La soledad.”- otra pausa, y cerró los ojos al sentir los dedos del otro hombre recorrer su mentón hasta su oído, casi una caricia, mientras consideraba el hecho de que la otra mano de Caim se deslizaba lentamente por su cintura, despegándolo con algo cercano a la delicadeza de la pared. – “Supongo que yo tampoco siento deseos de estar solo esta noche.”

Ebrio en dolor y ahora en deseo, el dragón dejó que la boca del otro se cerrara sobre la suya mientras su cuerpo se apegaba al de él casi con violencia, y sus propias manos, traicionándolo, se movían para descansar contra el cuello de Caim mientras sus caderas se alzaban para impactar contra las suyas.

Casi inconscientemente, notó que el costado aún le dolía.

No le importó.

Con un gruñido de impaciencia, Caim tomó sus caderas en sus brazos y, sin más, lo alzó sobre su regazo, presionando su mano contra su pecho para estampar su espalda a la pared, mientras su boca bajaba por su cuello, mordiendo la piel, dejando marcas sin importar las consecuencias de sus actos. De todas maneras, a Faith no parecían importarle tampoco, y las manos del más joven exploraron, rasguñando su carne, la piel entre su cuello y su hombro y luego su pecho, arqueándose contra él, sin poder contener un gemido.

Ladeó el rostro, y Caim tomó la oportunidad de besar sus labios, paseando su lengua por estos; inconsciente, o quizá, desinteresado, del hecho que el otro hombre la buscaba con la suya, buscando profundizar el beso. Su único llamado de atención fue una mordida bastante dolorosa en el labio inferior, la cual no hizo más que ensanchar su deseo, y sus manos se hundieron dentro de los pantalones de Faith, recorriendo sus muslos por debajo de la tela hasta llegar a su entrada, insertando sin ninguna clase de aviso un dedo.

No le importó que gritara, y Faith no supo decidir si era, ya, de dolor o de placer. Su cabeza cayó hacia delante contra el hombro de Caim, y sus uñas se hundieron en su espalda mientras un grito dejaba su boca; sintiendo las fuerzas abandonándolo por un largo, agonizante momento al tiempo que su cuerpo se arqueaba hacia arriba y temblaba.

Sus piernas se encogieron, rodeando la cintura de Caim, mientras su respiración se aceleraba, incapaz de contenerse, incapaz de alcanzar cualquier vestigio de control mientras su mente, envuelta en caos, se volvía incompetente para lograr cualquier forma de pensamiento coherente. Jadeando, sentía los dedos enguantados de Caim estimulándolo, y toda su sangre corriendo por sus venas a toda velocidad mientras sentía su lengua recorriendo su oído y su respiración golpeando fuertemente contra su piel. Estaba extrañamente consciente de todo, completamente despierto, cada detalle siendo registrado no por su cerebro sino por su cuerpo; la sensación de los músculos de Caim contrayéndose contra su abdomen, la presión dolorosa en el área entre sus piernas, los temblores de su forma y el contraste entre el calor abrasador de sus cuerpos y el del ambiente dentro de la gruta, de las rocas presionando contra su espalda.

Por fin, entre toda la agonía que lo recorría entero, llegó a través de su sistema un hilo de placer que lo hizo estremecerse cuando los dígitos de Caim se hundieron en el con aún más fuerza, y apenas pudo contenerse para no gritar su nombre.

Lo quería dentro. Ya. Lo necesitaba e, inconscientemente, llevó su mano a su propio miembro, buscando liberar la tensión insoportable de este de una vez por todas.

Se vio levantado en el aire y estampado a la pared, y, en menos tiempo del que pudo registrar; sus pantalones se habían ido junto con sus interiores y, coincidentemente, los de Caim.

Sintió las manos del mismo paseando por su espalda, y por primera vez, registró que sus manos estaban desnudas. No abrió los ojos, no creyó necesitarlo, la repentina tensión en el cuerpo del otro hombre le decía todo lo que debía saber.

“Hazlo,”-siseó, arqueándose, mientras las manos de Caim dejaban su espalda y se dirigían, tortuosamente lentas, hacia su entrepierna, tomando su miembro mientras, sin ninguna reserva, lo penetraba de una sola vez, licitando un grito de parte del dragón, cuya cabeza cayó hacia atrás.

Dolía, pero quería más. Por alguna razón (masoquismo, quizá, no sabía como explicarlo puesto no todo era dolor) necesitaba más; algo lo llamaba a moverse, a buscarlo, y estaba demasiado perdido como para controlarse más de lo que ya lo había hecho. Así que, quizá por primera vez en su vida, dejó que los instintos lo llevaran por completo, y comenzó a moverse contra él, con él, quizás, y su boca buscó la de Caim con fervor mientras éste lo presionaba contra la pared y gruñía, más que dispuesto a devolver la atención.

Liberando el miembro de Faith de entre sus dedos, Caim paseó una de sus manos por sus muslos, sin detener ni pausar el ritmo; abandonándose completamente a las sensaciones y, sin dudarlo dos veces, obligándolo a envolver sus piernas en torno a su cintura, levantando sus caderas del suelo y, paulatinamente, comenzando a acelerar sus movimientos hasta un punto casi doloroso.

Con un grito de placer, tomó los cabellos de Faith entre sus dedos, forzándolo a levantar el torso hasta él, y, sin más, besó sus labios hasta dejar marcas; hasta dejar la piel (hasta entonces blanca) llena de pequeñas manchas violáceas. Quizá a propósito, quizá no, la verdad, era lo que menos le importó mientras la tensión en la base de su estómago (creciendo a la par de la de Faith mismo) se deshacía y, sin un segundo de contemplación, alcanzaba el orgasmo dentro de los cálidos confines del sexo del dragón más joven. Llevando su mano hasta el sexo del mismo, necesitó sólo un roce, para que Faith se desvaneciera entre sus dedos con un grave, ronco gemido y un temblor que lo recorrió desde la planta de los pies hasta los dedos de sus manos.

Jadeante, sintiendo sus músculos arder casi insoportablemente, llevó una de sus manos al rostro de Caim; presionando los dedos contra su mentón por sólo un instante.

Real, sin duda. Apenas sonriendo, su mano cayó al suelo, y un estado de delicioso sopor lo invadió, la extraña mezcla entre cansancio y satisfacción llevándolo, lenta pero seguramente, al sueño.

En silencio, Caim se incorporó, saliendo con lentitud deliberada de Faith, y, con un movimiento rápido (no registró cómo instintivamente volteó para verlo una última vez) se dirigió a las profundidades de la gruta.

En la oscuridad, una figura alta, delgada y decididamente masculina, se hallaba esperando de brazos cruzados, los ojos de diferente color concentrados en una de las grietas del techo natural de la cueva para observar el cielo plomizo detrás de la roca. Cuando sintió pasos aproximándose, no se alarmó, y, simplemente, esperó a que cesaran para darse vuelta, arqueando una ceja al notar la desnudez de su compañero.

Hubiese preferido no preguntar, pero la curiosidad obtuvo lo mejor de él. Solía hacerlo, de todos modos y, sin modificar su posición en el centro del espacio, Long ladeó el rostro.

“¿Te divertiste?”- preguntó, su tono completamente neutral.

Caim se encogió de hombros, sin molestarse en ocultar su mirada perdiéndose por la habitación. Realmente no podía concentrarse en Long en estos momentos. Entendería.

Long hizo una mueca. De disgusto, de disconformidad o de reprobación, Caim no estaba seguro, pero tampoco le interesó demasiado y simplemente volvió a dirigir su atención hacia su asociado.

“Tú no eres mejor que yo en ese sentido.”- respondió, finalmente.- “No creas que no he visto tu mente.”

Lo vio tensarse ligeramente, y eso lo animó, secretamente, a continuar.

“¿Lo harás?”-

“No necesito responderte.”-

“No necesito que lo hagas.”- Caim sonrió, aunque no era con sarna. Simplemente, lo conocía bien. A estas alturas, no le quedaba otra opción.- “Lo he visto. Te ha costado contenerte, aún cuando yo mismo estaba a cargo. Lo sentí.”-

“Cállate.”-

El mayor de los dos hombres no pudo evitar reír.

“Como quieras. Es más, te dejaré ocupar tu cuerpo libremente para ello. Lo necesitarás. Después de todo este tiempo… lo he visto todo. Eres un maldito sádico.”-

Long sonrió de lado por una fracción de segundo y volteó.

“Volveré.”-

Sin una palabra más, desapareció en un portal hacia Alsatia.

-Fin-