miércoles, 27 de enero de 2010

†Fuoco† PART 1

Tres días. Tres largos días, pensó, mientras observaba, impaciente, por la ventana de la pequeña habitación del hospital.
De alguna manera, había logrado suprimir todo rastro de su energía espiritual, por lo cual, como tenía planeado, nadie en específico dirigió su atención hacia él. Después de todo, en este lugar en particular de Alsatia, la gran mayoría de la población eran civiles—excepto algún que otro paciente que se hallaba hospitalizado. Pero hasta aquellos, como al que había ido a ver especialmente, se hallaban en coma o demasiado débiles como para notar el ligero cambio en el ambiente.
En el horizonte; el sol se ocultaba lentamente, y Mankian se esforzó por disfrutar la ligera brisa que entraba, suave y cálida, por la ventana abierta, agitando las cortinas delicadamente, filtrando la luz de los últimos instantes de la tarde dentro del cuarto que quedaría, en como mucho, media hora, a oscuras.
Faltaba poco. Sentía la energía espiritual del hombre agitándose y buscando la suya, quizá como sostén, empujándolo a la conciencia, poco a poco. Pero no podía ayudarle, aún no. Si alzaba su propia energía, alguien se daría cuenta, y no podría concluir sus asuntos en paz.
Dando la espalda a la ventana, se dirigió a paso seguro hacia la puerta principal, usando la traba de mano en ésta para sellar la habitación. Las enfermeras no se darían cuenta, puesto que aún, calculó, faltaban tres horas para el último chequeo de la noche, y ya había terminado el horario de visitas.
Qué era, pensó, lo que le había traído aquí. No podía afirmarlo, porque sinceramente no lo sabía. Se había hecho la misma pregunta cientos de veces mientras, todas las tardes durante los últimos tres días, se sentaba en silencio en el parque del hospital, analizando horarios, rutas de escape, y conteniendo, quizá, las casi irrefrenables ganas de verlo.

“Estoy orgulloso”-

Y lo estaba. Sin embargo… esa no era la razón. Podía sentirlo. No era, tampoco, aquello que lo había llevado a, esa fatídica noche, besar a Integra.
No era nada, y sin embargo, lo era todo.
Volteó hacia la sencilla cama; donde Hades, pálido y con la respiración agitada, luchaba en silencio para recuperar la conciencia—la frente bañada en sudor, el pecho subiendo y bajando rítmicamente mientras sus manos se cerraban en puños en las impolutas sábanas blancas que contrastaban con su cabello negro; los labios partidos y presionando los dientes, la cabeza echada hacia atrás. Los músculos tensos.
Como atraído por el dolor, se acercó, encuclillándose al lado de la cama, aún sin atreverse a tocarlo. Lo observó bajo las últimas luces del sol, que morían ahora en el cielo, cómo iluminaban tenuemente la piel blanca, muy blanca, marcada apenas por algunas cicatrices. Quizá las únicas—aquellas que él mismo había provocado hacía no más de tres días, aquella noche.
El sol terminó de ocultarse en el horizonte en el mismo momento en que se atrevió, muy lentamente, a posar sus dedos sobre las marcas de su pecho, recorriéndolas sin más que con las puntas de sus dedos.
Hades se arqueó ligeramente bajo su tacto y un gruñido (que envió un suave, casi imperceptible temblor a través de su cuerpo e hizo que su aliento se agitara) dejó sus labios resecos, sus dedos finalmente aflojando el agarre sobre las sábanas.
Las manos de Mankian dejaron las cicatrices del pecho y, pausadamente, encontraron su camino hacia sus hombros, y luego su cuello, subiendo en una caricia extrañamente paciente hasta su rostro. Las yemas de sus dedos pasaron entonces por los ásperos labios del hombre, y los abrieron, muy lentamente, imperturbados por la resequedad enfermiza de la piel. ¿Serían más suaves si estuviera en mejor estado de salud? Probablemente. Si tan solo pudiera traspasarle algo de energía espiritual, quizás…
Pero no. Era demasiado riesgoso—y aunque su paciencia estuviera, lentamente, desapareciendo, no había razón para desperdiciar una oportunidad tan única.
Tomó con cuidado los bordes de las sábanas que lo cubrían, pero, mientras comenzaba a deslizarlas a un lado, mantuvo sus ojos en el rostro de Hades, quien jadeaba fuertemente. Sintió su aliento contra su rostro, y el repentino temblor de su cuerpo cuando la tela cayó, inútil, al suelo.
Mankian ladeó el rostro, y, mientras su mano se posaba en el abdomen del otro y la otra le tomaba de los cabellos, posó sus labios, cálidos, sobre los fríos de Hades. Un escalofrío pasó por su columna y sus ojos se cerraron, quizá instintivamente, mientras sus dedos se asían con fuerza al cabello del hombre, su lengua forzando su boca a abrirse y a acogerlo al tiempo que se inclinaba sobre él, sus rodillas presionando contra sus lados, su pecho casi empujando contra el suyo.
Se sorprendió cuando los labios del otro hombre comenzaron a moverse contra los suyos y una mano fría, débil, tomó su mejilla, atrayéndolo hacia el cuerpo con delicadeza. La otra mano apareció, entonces, en su nuca, jalándolo pacientemente contra él y, finalmente, Mankian pudo apreciar la desnudez total de Hades bajo su cuerpo; la carne firme y tensa bajo la suya. Aún no había abierto los ojos, y se preguntó en quién estaría pensando mientras profundizaba el beso, recorriendo su lengua con la suya y ausentemente mordiendo sus labios, tirando de estos casi dolorosamente mientras sofocaba los ligeros gemidos del otro hombre.
Se dijo que no le importaba. No tenía razones para importarle. Había ido allí por una razón en particular, y no se iría por una pequeñez semejante.
Mentalmente, calculó la hora. Aún quedaba mucho tiempo, comprobó satisfecho y, con un movimiento rápido, recorrió su espalda con sus manos, haciendo que se arqueara contra él, y sofocó con un beso casi brutal, otro gruñido, respirando su aliento al tiempo que hundía sus caderas (aún incómodamente enfundadas en sus pantalones) contra las desnudas de Hades.
Aquello comprendió había sido un error pues, al sentirlo entre sus muslos, el hombre abrió los ojos de par en par y sin más su boca se alejó de la suya, sus manos dejando su mejilla y su cabello para posarse en sus hombros, buscando crear distancia.

“Tú.”- jadeó, sin aliento.

Por un momento, el cerebro de Mankian sufrió un cortocircuito mientras observaba asombrado como los ojos azul oscuro, ligeramente apagados hacía solo unos instantes, volver a la vida con el mismo fuego interno que había presenciado en la pelea, y las líneas de cansancio bajo éstos que desaparecían cuando sus facciones mutaron muy suavemente en una expresión decidida, como si ignorara su propio estado de salud, o se obligara a hacerlo. Su cuerpo, alto y esbelto y ligeramente falto de masa muscular por los días enteros en reposo temblaba bajo el suyo—si de ira o de impotencia, no supo decirlo. Pero no era miedo, eso era seguro; se lo decían las manos masculinas y que en algún momento habían sido fuertes posadas con toda la firmeza de la que eran capaces en sus hombros, manteniéndolo a distancia de su rostro.

“No.”- gimió.

¿Duele? Quiso preguntar, pero no dijo nada. No venía a humillarlo, no realmente. Había dicho que estaba orgulloso, y así lo era. Mankian no mentía, no estaba en una de las cosas que hacía, y no tenía planeado empezar a hacerlo ahora. Además, le gustaba más así—por ese mismo brillo en sus ojos, por el mismo semblante que presentaba en esos instantes era que le había llamado la atención.
No pudo evitar sonreír, y lo sintió tensarse dolorosamente bajo su peso. Cuando sus manos no tuvieron más remedio que suavizar su agarre en sus hombros, simplemente tomó la oportunidad que se le presentaba; llevando las propias hasta las de él y estampándolas contra la cabecera de la cama, ignorando el grito ahogado del otro hombre mientras intentaba zafarse.

“¿Quién va a evitarlo?”- murmuró finalmente, mientras se inclinaba sobre él, rozando su boca sobre la de Hades muy lentamente- “Si llamas a las enfermeras, alguien va a salir lastimado. Lo más probable es que no seas tú. Si no es hoy, será mañana. Si no es mañana, será pasado. Pero va a suceder. ¿Por qué temes?”-

“Tú… maldito…”- siseó Hades contra su boca, mientras hacía fuerza para deshacerse del agarre de otro en sus muñecas. Inútil, en su estado. – “Suelta…”- pero nunca pudo terminar la frase. La boca de Mankian ya se encontraba sobre la suya una vez más, y su lengua la invadió, los ligeros movimientos de sus labios haciendo que no le quedara opción más que abrir los propios para poder respirar, dándole así más acceso a los cálidos confines de su boca.
Sin dejarse vencer tan fácilmente, Hades tomó el labio inferior de Mankian entre sus dientes y, antes de darle tiempo de reaccionar, mordió con todas su contadas fuerzas hasta que inevitablemente brotó un pequeño hilillo sangre, la cual manchó sus labios de rojo; escurriendo lentamente por su mentón y perdiéndose en cuello.
Mankian ahogó un gruñido de frustración, y sus manos se tensaron alrededor de las muñecas del otro hombre muy dolorosamente; las uñas hundiéndose y traspasando la suave barrera de piel; devolviendo el favor, al tiempo que sus ojos se alzaban hacia los de Hades con un ademán amenazante, quien, aún débil, se la devolvió, iracundo.

“Muy bien,” – susurró Mankian, furioso, al tiempo que tomaba las sábanas del suelo y hundía las caderas con más fuerza contra los muslos de Hades, lo suficiente como para distraerlo cuando sus manos dejaron sus muñecas, y, sin más, con toda la velocidad de la que podía ser capaz, ató con la misma las manos del hombre a la cabecera de la cama, sellándolas con suficiente fuerza como para asegurarse de que dejaría marcas al día siguiente.
Hades tuvo que morder su lengua hasta sangrar para evitar gemir mientras, en retribución por la herida, Mankian deslizaba su mano por su vientre, desgarrando la piel con las uñas hasta dejar marcas, finalmente, llegando hasta sus caderas y, tomando su miembro en su palma, presionó con fuerza. Hades se arqueó sobre la cama y su cabeza se hizo atrás; la nuca golpeando contra la almohada mientras sus dientes se cerraban en torno a su lengua una vez más; sus manos luchando contra los lazos que se mantenían en torno a sus muñecas. No se permitiría gritar, a pesar de que una oleada de calor recorrió su cuerpo y lo hizo estremecerse; una mezcla agridulce entre placer y agonía que, por sólo un instante, no lo dejó siquiera pensar.

“Detente…”-ahogó otro grito cuando los dedos de Mankian respondieron por él—asiéndose a su sexo con aún más fuerza mientras su mano libre recorría su costado, explorando, casi con curiosidad, la superficie plana de su abdomen y la suave, sensible piel que separaba las caderas de éste, provocando que se tensara una vez más.

“Maldito hijo de perra—…¡Por Dios!”- No pudo contener, esta vez, el gemido que escapó de su boca: en voz baja pero descontrolada; el tono notablemente más profundo y estrangulado por el esfuerzo, al tiempo que el otro hombre comenzaba a estimularlo, con una lentitud enloquecedora, y los dedos de la mano libre del mismo se perdían entre sus piernas, rozando dócilmente su entrada. No tuvo que obligarlo a separarlas, porque, inconscientemente, Hades las había abierto para él, su cuerpo reaccionando por sí solo.

“Hijo de perra, ¿Hmnh?”- susurró Mankian, paseando sus labios tranquilamente por el abdomen del hombre, mordiendo ausentemente la delicada piel de su cadera y luego subiendo, para besar las suaves líneas de sus costillas, y luego su pecho, tomando entre sus labios la delicada carne de un pezón y succionando con cuidado. Mientras hacía esto, sin embargo, sus dedos liberaron el sexo de Hades, y una sonrisa decididamente burlona se dibujó en sus labios. – “Supongo puedo dejarte entonces.”

Hades se arqueó debajo de él, y su voz dejó su boca—desgarrada—mientras su cuerpo presionaba contra el de Mankian.

“¡No te atrevas!”- gritó.

Se hizo silencio, y Mankian pudo sentir el sabor de la victoria en su boca, mientras el hombre de cabello oscuro jadeaba, tratando de comprender lo que él mismo había gritado hacía no más de unos segundos. Presionó el rostro contra su propio brazo, tratando de ocultar el repentino color que tomaron sus mejillas, tratando de evitar ver su propio estado.
Pero la vergüenza no duró, puesto que, cuando volvió a alzar la vista, encontró al hombre sobre él, ya desnudo. Su voz quedó estancada en su garganta al intentar protestar, cuando las manos de Mankian se situaron, una vez más, en su entrepierna, y su espalda se alzó una vez más; sus dientes presionaron con fuerza y sus ojos se cerraron.
Con un movimiento rápido, tomó su cintura y lo alzó por las caderas, presionando su frente contra su cuello al tiempo que lo obligaba a envolver las piernas en torno a su cintura. No le importó el gruñido de advertencia de Hades (¿a quién se creía que estaba engañando?) y decidió acallarlo, besándolo una vez más, mientras de una sola, brusca vez, lo penetraba.
No lo dejó gritar. Extinguió sus gemidos con sus besos mientras sus manos se posaban en sus muslos, alzándolo de la cama casi agresivamente, acelerando el ritmo, y su lengua se aventuró por el mentón de Hades hacia su oído, antes de que sus dientes tomaran el lóbulo y jalaran de éste, lo cual provocó un escalofrío en el otro hombre.
¿Qué había hecho, exactamente? Mankian no lo sabía con certeza. Pero ya no era tiempo de detenerse; no hubiera podido ni aunque quisiera, y no hubiera querido ni aunque pudiera. Era demasiado, aquella sensación de un cuerpo firmemente asido al suyo, el sonido de su respiración contra su piel y los latidos del corazón de Hades, los cuales sentía con facilidad, ya que mantenía su pecho presionado al suyo.
Continuó; gruñendo suavemente contra el oído de Hades, quien hacía lo posible por no gemir, de alguna manera conteniendo el dolor insoportable que, muy lentamente, comenzaba a convertirse en placer.
Sin embargo, cuando ambos comenzaron a sentir la tensión en el abdomen, y un delicioso temblor comenzaba a recorrer ambos cuerpos, algo sucedió.

La manija de la puerta comenzó a moverse hacia un lado, con el objetivo de abrir la misma. La traba, aún así, se lo impidió, y la voz de una enfermera surgió del otro lado de la misma.

“¿Hades-san?”- se oyó la voz, claramente femenina- “¿Hades-san, se encuentra despierto? Los demás pacientes advirtieron sonidos extraños viniendo de ésta habitación.”

Mankian alzó una ceja, observando la puerta con desgano por un ínfimo segundo, antes de, una vez más, continuar moviéndose contra Hades, quizás con renovadas energías, y una sonrisa de medio lado curvando sus labios.
Hades se mordió el labio, intentando no gritar, cuando una de las manos de Mankian encontró nuevamente su sexo, y el ritmo en que se hundía en él aumentaba considerablemente, provocando que la cabecera de la cama golpeara contra la pared.

De alguna manera, Mankian encontró su voz, aunque ésta salió sofocada, y no más que un susurro, llena de lujuria, y el tono hizo que un escalofrío recorriera entero al otro hombre.

“¿No vas a responderle?”-

Hades parpadeó, presionando los dientes para no gritar en respuesta, mientras le lanzaba una mirada asesina a Mankian.

“Estás de broma,”- siseó, y su voz tembló notoriamente cuando el hombre lo penetró con más fuerza de la usada hasta entonces, teniendo que arquear la espalda para darle mayor acceso.

“¿Quieres que entre y nos vea así?”- replicó, llevando sus dedos a los labios de Hades e introduciéndolos en su boca por un momento, dejando que éste los mordiera suavemente, y provocándole un exquisito escalofrío. Esto estaba resultando mejor de lo que había planeado.- “Por mi no hay problema.”-

Hades gruñó, y cerró los ojos, invocando todo rastro de sanidad y paciencia que le quedaban, intentando ignorar la forma en que el cuerpo de Mankian se asía al de él, la forma en que su respiración golpeaba contra su rostro y la frente del hombre quedó contra la suya y sus ojos lo observaban con atención, con aquella sonrisa curvando su boca.

Finalmente, alzó la voz.

“Estoy,”- tuvo que interrumpirse, puesto que Mankian ahora presionaba besos a su mejilla y frente, y su mano en su miembro aceleraba, también, el ritmo en que lo estimulaba. Ahogó un gemido.- “Bien.”

“¿Está seguro?”- vino la voz del otro lado de la puerta- “Suena algo agitado, ¿seguro que no quiere que entre a hacer el chequeo?”

“¡Estoy seguro!”- bramó, y su voz salió mucho más agresiva de lo que había planeado, pero aquello pareció satisfacer a la enfermera, quien, ignorante de lo que sucedía entre las cuatro paredes de la habitación, simplemente le informó algo ofendida que volvería en unas horas para hacerle el chequeo.

“Gran actuación,”- comentó Mankian, mientras tomaba las masas de cabello negro del hombre para ladear su rostro hacia arriba y pasar su lengua por la delicada piel de su cuello, sintiendo su respiración acelerarse mientras alzaba las caderas, lentamente comenzando a moverlas contra las suyas. Mankian gruñó, cerrando los ojos por un instante al tiempo que Hades se impulsaba contra él débilmente, apenas logrando el movimiento sosteniéndose de las sábanas atadas a sus muñecas.

“Cierra la boca,”- respondió Hades, finalmente, mientras ladeaba el rostro y atrapaba sus labios, mordiéndolos con ímpetu y luego lamiendo las ligeras marcas que dejaba, presionando su pecho al de él y cerrando las piernas en torno a su cintura, impulsándolo contra él.
Mankian lo tomó de la cintura, alzándolo aún más, y, ya completamente perdiendo el control, presionó el rostro contra su cuello, jadeando su nombre e ignorando el gruñido de dolor de Hades cuando el movimiento hizo que las telas que restringían el movimiento de sus manos se asieran más alrededor de su piel.
Sinceramente, a él tampoco le importaba. Estaba cerca, muy cerca, y la maravillosa presión en la base de su abdomen era todo lo que le interesaba, eso y la seguidilla de incontrolables, deliciosos temblores que agitaban su cuerpo y la piel de Mankian contra la propia y la forma en que su aliento golpeaba su cuello y sus dedos se hundían en sus muslos y era demasiado pero su mente no quería cooperar, y tampoco estaba seguro de querer que su mente cooperara, así que simplemente continuó moviéndose contra él, sin siquiera molestarse en tratar de controlar los suaves gruñidos que dejaban sus labios.
Mankian cerró los ojos, impulsándose dentro de él, recorriendo sus costados con las puntas de sus dedos al tiempo que inhalaba el aroma de la piel del otro, el rostro hundido contra su cuello mientras lo sentía arquearse contra él, tan cerca como él del clímax; viendo, por el rabillo del ojo, las manos atadas de Hades retorciéndose ligeramente en su prisión de tela; los dedos rasgando la piel de las palmas mientras se hundían en estas.
Una vez que dejó de resistirse, había accedido a cooperar, después de todo. ¿Por qué no liberarlo? De todas formas, no había nada que pudiera hacer. No así.
Pero, lo sintió estremecerse, y sus paredes se cerraron en torno a su miembro, y el mismo escalofrío lo recorrió entero. Presionando su mano a la cabecera de la cama, se impulsó una última vez, con una brutalidad casi inhumana, dentro del otro hombre, al tiempo que liberaba sus manos de sus ataduras.
Hades se alzó de la cama hasta quedar sentado, y alcanzó con una de sus manos la cabecera de la cama, sosteniéndose en ésta mientras forzaba sus caderas contra las de Mankian, muy para sorpresa del mismo, al tiempo que, con su otra mano, alcanzaba el cabello del hombre, tirando de éste fuertemente mientras su cuerpo de agitaba. Sin más, mordió el hombro de Mankian para contener un grito, al mismo tiempo que Mankian hundía sus dedos en su espalda y lo asía a él, sus dientes encontrando el cuello del hombre y cerrándose alrededor de una porción de piel, mordiendo hasta extraer sangre, mordiendo hasta dejar una marca al tiempo que ambos temblaban.
Mankian se deshizo dentro de Hades, y a éste no pareció importarle, puesto que alcanzó el clímax al mismo tiempo, y aún luchaba por controlar el ritmo desmedido de su respiración.
Ninguno se movió. Sólo sus jadeos se escuchaban dentro de la habitación, y ni Mankian ni Hades se atrevió a hablar, o siquiera mirarse. Hades sabía que las cosas no volverían a ser las mismas, y Mankian, por más que pretendiese que no le interesaba, también. En el momento en que se miraran, alguien debería dibujar una línea de distancia, una promesa de muerte, un punto de encuentro. Aquello no debió haber sucedido en primer lugar. Lo sabían.
Y sin embargo, ambos se hallaron a sí mismos separándose lentamente el uno del otro, y sus ojos, en la oscuridad, se buscaron por un ínfimo instante.

“¡Hades-san, estamos aquí para su chequeo! ¡Hades-san!”- la voz femenina llamó del otro lado de la puerta, una vez más.

Con una mueca, Hades rápidamente se desenvolvió de entre las sábanas, sin siquiera voltear a Mankian quien, para entonces, ya había desaparecido y recogió sus ropas, apenas llegando a colocarse los interiores y los pantalones.
Volteando a la puerta una última vez (la cual ya estaba a punto de ser tirada abajo por las enfermeras) Hades tomó su camisa y sin más, se lanzó por la ventana.

Cinco minutos después, lo único que las enfermeras encontraron que haya marcado la estancia de su paciente fueron las sábanas manchadas y revueltas, y los zapatos debajo de la cama.


-Fin

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